FEFEROVICH EN EL VERDI: CUANDO LA MÚSICA PIENSA Y HACE PENSAR

Crónica por Carlos Robledo.
Una noche entre relámpagos, risas, contrapuntos y verdades cotidianas. Crónica de un espectáculo que demostró que la música clásica también puede ser una conversación entre vecinos.
Villa María, 17 de mayo de 2025
El sábado por la noche, mientras el cielo de Villa María se dedicaba a hacer una versión meteorológica de Wagner —relámpagos, truenos, y un viento que parecía tener director de orquesta—, adentro del Teatro Verdi se cocinaba otra tormenta. Pero distinta. De esas que no hacen ruido afuera, pero dejan todo revuelto por dentro. El responsable: Sergio Feferovich, ese director y divulgador que tiene el raro talento de hacernos sentir que entendemos música clásica… y que, encima, nos riamos en el intento.
La cita era a las 21:00 hs y el público respondió con mucha puntualidad. Familias, parejas, gente de todas las edades llenaban la sala. Algunos llegaban ya comentando “dicen que es un genio”, otros con la expectativa de ver si realmente se podía reír con Bach. La escenografía planificada era simple: un teclado, una silla y un hombre con una sonrisa cómplice. La no planificada tuvo su protagonismo más adelante.
Entre Beethoven y La Mona: una noche sin prejuicios
El espectáculo se llamó La música de las ideas, pero tranquilamente podría haberse llamado La música de nuestras vidas. Porque eso fue lo que hizo Feferovich: nos mostró que detrás de cada sinfonía hay una historia que nos roza; aunque no tengamos la más mínima idea de contrapunto, para luego enseñarnos lo que es un contrapunto. Nos invitó a escuchar, pero sobre todo a pensarnos a través de la música.
En un mismo segmento podía sonar Beso a beso de La Mona y una melodía de Beethoven, sin pedir permiso y ofreciendo explicaciones. Y cuando estábamos ocupados riéndonos de la mezcla, él ya había tendido la trampa.. La música no es de los que “la saben”, ni tampoco de los que “la sienten”. Es de quienes saben lo que sienten, o sienten lo que saben; en el orden que prefieran.
Con un humor preciso —del que no hiere, pero deja pensando—, fue conectando emociones y estructuras musicales. Mostrando cómo a veces una melodía que se creó hace muchos años refleja lo que nos va a pasar la semana que viene.
La soprano, la tormenta y el secreto de los desafinados
Uno de los momentos más conmovedores de la noche fue la aparición de María Gabriela Ferrero, soprano local que demostró con su voz lo que las palabras apenas rozaban. Su presencia no solo potenció el espectáculo: lo enraizó. Fue el recordatorio de que la música clásica no es un lujo lejano. Que la grandeza artística también nace acá, y no es grande por las partituras prolijas sino porque nos atraviesa el cuerpo.
Y si alguien pensó que la tormenta que rugía afuera iba a robarse el protagonismo, se equivocó. En el momento más ruidoso del temporal, con el techo vibrando, las luces bailando y el viento metiéndose como espectador invitado, Feferovich hizo lo que mejor sabe: usó el caos como materia prima para seguir contando. Música, ideas, humor y humanidad.
Ah, y sí: cantamos. Todos. Incluso los que desafinamos hasta cuando silbamos. El director nos dirigió con paciencia y picardía, en una obra que —por respeto a mis colegas anónimos de la platea desafinada— no voy a revelar. Pero créanme: la cantamos como si estuviéramos en el Colón. O en la ducha.
Un show que dura más que una noche
Al final, con la tormenta amainando y el aplauso persistente, quedó flotando una sensación de esas que no se olvidan fácil. Incluso en esa demostración de clima extenso, el público se mantuvo sentado expectante del show. Como sospechando que la tormenta iba a parar, pero lo que Feferovich nos iba a contar nos va a durar mucho tiempo.
Por: Carlos Robledo.


