ESCRITORES DE LA CIUDAD – Franco Gerarduzzi

Estudiante de la Licenciatura en Comunicación Social en la Universidad Nacional de Villa María.

El último partido –
Puede hacer un calor que parte la tierra o un frío de cagarse pero los pibes jugamos todos los jueves a las nueve de la noche en la canchita que está cruzando el puente, aquí en la Villa Nueva que me aloja desde algún tiempo. Somos amantes del fútbol 5. Hace bastante que, por alguna u otra cuestión, no puedo participar de las cátedras nocturnas con los muchachos. En realidad, la Facultad me tiene un poquito hasta las bolas y, si me hago el rebelde, entre mis viejos y los profes, a la cátedra la voy a recibir yo.
Fue hace unos dos meses el último partido o, “The Last Match” – así lo vendemos mejor. Como dije antes, y me importa bastante poco si soy repetitivo, jugamos un jueves a las nueve. Pero ese jueves fue un poquito distinto, o bastante, después saquen sus conclusiones. Me encanta llegar una horita antes a la cancha. Allá me espera un gran amigo, el viejo, tomamos unos mates y nos fumamos unos puchos. Porque ante todo deportista el tipo, obvio. Y charlamos con el don – ¡Si nos escucharan! Aristóteles, Platón, San Agustín, Nietzsche, Marx, Althusser, Pitágoras, Maquiavelo, Kant y toda la banda, ni cerca pichones. Pero ni un poquito. Quizá nos envidien, y bueno, los entiendo. Tanto laburo al pedo.
Había una lloviznita de esa que molesta y una luna que auguraba una victoria contundente – Egocentrismo I también la dictamos. Y el césped sintético era una pista de baile. No sólo porque desde tiempos inmemorables somos danzantes del balonpié, sino porque fuera de joda te pegabas unos lindos porrazos. Los partidos son de una hora pero, como ya éramos clientes, siempre se estiraba unos quince minutos más que, por cierto, nos permitían ampliar aún más la ventaja. El equipo jugaba, gustaba y goleaba. Ah, y al partido no se faltaba jamás. Engripado, con quemaduras de séptimo grado, mononucleosis, peritonitis o lo que fuera. Y yo, hartante, tomaba lista:
-Tato- empezaba a listar yo.
-Presente- gritaba el flaco. Insisto, no hablaba, gritaba. Y en la cancha era pesadísimo.
-Pipa- seguía.
-Acá- asentía el cara con mira.
-Manco- continuaba.
-Acá putín- me respondía. Y el Manco era el arquero – el destino es un poquito hijo de puta ¿no?
-Golman- terminaba. Y no respondía porque, como de costumbre, llegaba con el partido empezado. Quiero detenerme en este sujeto, porque lo merece –no por nada le decíamos Golman. Lo que le pega el negro es desopilante. Si ganábamos el partido por doce goles, él hacía siete. Su pegada es digna de alabanzas cual culo de Milf encalzada. Perdón por mi perversión.
Teníamos un suplente también. “Tuca”. Y, la verdad, era un “poco” duro.
En la cancha nos paramos de forma romboidal. Me explico: además del arquero, paramos al 2 en el centro de la defensa, a apenas unos pocos metros de la portería –como diría algún gallego- y, a su vez, cumple con la función del 5. El pipa es una bestia en esa posición. Se comenta que a los delanteros les va quitando oxígeno a lo largo del partido con discreción. Seguramente con discreción se lo robe, porque con esa nariz lo que menos puede hacer es disimular. Te queremos genio. Pero además tiene el don de talar tobillos sin siquiera recibir quejas por parte de los contrincantes. Será porque, por lo general, la tala viene acompañada de algún codito en la boca del estómago. Livianito el Fair Player. Así que, de vez en cuando, tenemos que saltar al campo de batalla a repartir caricias. Me disculpo, tienen que saltar. Porque si yo me meto, con mi físico –tan similar al de Heracles- es afano. Por ende, es sólo una cuestión de respeto, para que no haya desventaja.
Por los costados nos encontramos los carrileros – Tato va por izquierda y yo por derecha. Somos los volantes porque poseemos la mayor cantidad de leche, en base, a lo sostenido por los muchachos. Es tan disfrutable verlo jugar al flaco. Se dice que es uno de los pocos a los que la caprichosa –para el resto- se le serena. Realmente envidiable. Tan increíble que cuando se habla de su mujer se la refiere como empleada –para que entiendan y aprendan “jefas”. Y allá adelante, se destaca Golman, el dueño de las afonías ajenas. Porque a todo esto, no puedo dejar de agradecerle a cada uno de los que nos acompaña en cada uno de los cotejos y que quedan afónicos como corolario de la precisión del joven goleador. Picante el vago.
Ese jueves fue distinto. Vaya uno a saber por qué, pero tengo la costumbre de tirar el célebre “caño”. Tan célebre, que ahora el famoso soy yo. Y, siendo sincero, ojalá fuera por la cantidad, la calidad, la delicadeza, la diversidad de túneles, de víctimas, entre otros tantísimos aspectos a considerar. En fin, creo que mi éxito debería deberse a mi tan majestuosa, honorable e inentendible –para el común- lírica en el arte del ñoca. En fin, ese jueves fue el último partido que jugué y así seguirá por un tiempo más. Me llevó un tiempo comprenderlo, pero por favor, sepan entender; con el tobillo y parte de la canilla en la mano, y un poco inconsciente, no es tan fácil. Imaginen, tan complicado fue entender que, desde hace un tiempo, cada vez que oigo la palabra “túnel” pienso en Sábato.