FARCHETTO: «El PATIO TIENE SONIDOS Y TIENE ALAS»

Una nueva íntima y profunda entrevista de Franco Gerarduzzi de su serie de charlas con escritores.

Una primavera que todavía está con fiaca me llevó, una tarde, a una casa con alas, que huele a familia y que amanece y se despierta con palabras que deambulan insomnes. Cuadernos, papelitos sueltos y libros reposan en bibliotecas colmadas de mundos. “Seis universosconstelaciones” estarán siempre bajo sus manos que son un nido al que, siempre, podrán regresar cuando una lágrima les recorra el corazón. En su vuelo, otro pájaro la acompaña para escribir, con caricias, las páginas de un libro que jamás termina.

Las aulas de las escuelas extrañan en silencio la voz de la poeta. Los pizarrones se abrigan con los versos que laten durante sus ausencias. Los pasillos sienten el vacío de las madrugadas solitarias. Ya desde niña, la vocación por la docencia estaba presente y, con los años, ese anhelo se haría palpable. Madre, poeta y profesora —al mismo tiempo— Andrea Farchetto hace de las letras una forma de ser que se puede leer en la piel. Como ella lo escribe, ya no puede encriptar más el mensaje. Le crecieron alas. Y en su hogar, se siente como los colores de las palabras.

Una sonrisa, unos ojos y unas manos caseras como el pan que se cocinara en los hornos de barro de su infancia en Colazo me reciben con calidez. La tarde está húmeda, la lluvia parece demorarse en una costanera todavía callada. Una mesa caótica se entremezcla con la melodía de las aves que se oyen en su jardín apenas dorado por un sol convaleciente. Allí las palabras, las letras y la literatura se respiran como el budín de vainilla que miro con deseo. El placer por la lectura está latente y hierve como la pava solitaria en la cocina amplia. El primer mate me viste el paladar con un dejo de azúcar y el budín ya está cortado.
– ¿Cómo fue tu infancia en Colazo?
Creo que como las infancias de pueblo, con la cercanía de la familia, de los amigos y con la cercanía también de las estructuras que nos dan un poco de identidad que son la escuela, el club, la iglesia, la plaza.

– ¿Cursaste tus estudios allá?
Sí, primarios y secundarios. El profesorado después acá en Villa María pero volviendo siempre a Colazo. Y después ya nos vinimos con la familia.

– ¿Por qué te viniste a Villa María?
Nos vinimos a Villa María por varias razones. Yo trabajaba en el equipo técnico de una ONG, de Quijotada (teatro por la inclusión)—que sigue trabajando— y estaba muy comprometida con ese proyecto. Entonces viajaba todos los sábados. Viajé durante más de seis años para trabajar en Quijotada y sentí la necesidad de instalarme porque el grupo había crecido mucho, las actividades durante las semanas eran varias y siempre les tocaba a los mismos, a los que podían concurrir por cuestiones de horarios de trabajo y demás… y quería estar más cerca. Y además que, con la presencia de la Universidad, pensábamos que iba a solucionar el tema de las elecciones que hicieran nuestros hijos y estar acá nos convenía definitivamente. Ya teníamos dos de los chicos que habían hecho carrera en otros lados, pero quedaban cuatro más.

– Me dijiste que en aquel entonces tenías dos chicos, ¿fuiste madre joven?
Sí, a los veinte años tuve a Juan.

– ¿Te costó adaptarte al rol de madre?
Te diría que no me costó adaptarme. Yo seguí estudiando y siendo mamá. Por eso estos chicos se han criado entre hojas, libros y lápices. Debe ser por eso que algunos son papeleros igual que yo. No, siento que no me costó. Siento que naturalmente fluyó esa cuestión y pude seguir adelante porque, vale aclarar, que yo hice dos años del profesorado con hijos ya, un año con Juan y el otro año que le siguió con Victoria. O sea que ya terminé recibida de profesora con dos hijos.

– ¿Actualmente cuántos hijos tenés?
Seis.

– El vínculo con Colazo, ¿se sigue manteniendo?
Lo mantengo porque están mis padres ahí, uno de mis hermanos, y lo mantienen más vivamente mis hijos que tienen esta necesidad de volver al pueblo cuando hay un evento, un fin de semana, el tema del club. El fútbol tiene un rol importante. Eso se heredó creo del abuelo de los chicos entonces siempre vuelven.

– ¿A qué se dedican tus padres?
Mi papá fue siempre empleado petrolero y como trabajo no rentado, durante muchos años, fue director técnico del equipo de fútbol de Colazo. En cuanto al arte, mi papá fue siempre actor del teatro vocacional del pueblo durante muchísimos años. Y mi mamá, ama de casa… pero también siempre vinculada con la cuestión del arte porque siempre fue tejedora, ahora pinta…

– En tu niñez, ¿el contacto con la literatura fue espontáneo?
Sí, esa es la palabra. Fue espontáneo porque no vengo de una familia de lectores ni de una casa donde haya habido biblioteca. Pero tuve la suerte —siempre cuento esta anécdota porque me parece que es vital, fundante—… Mi hermano es dibujante y él ganó varios premios. Los premios eran libros, entonces, empezamos a tener unos libros de tapa dura, unos libros de cuentos y mi mamá nos regaló además un libro de leyendas universales que, yo digo, a veces por las vueltas de la vida, hoy yo soy profesora de literatura clásica y esos mitos y leyendas que leí en aquella oportunidad para mí son vivos desde la niñez. Es un territorio muy conocido, pero siempre leí. Yo siento que siempre fui lectora de todo, desde un prospecto y una receta hasta…

– ¿Te iniciaste con la prosa o la poesía?
Yo creo que siempre leí las dos a la par. Pero entiendo o recuerdo más que la poesía. Por ahí tiene más que ver con las lecturas hechas en el secundario. Esas profes, yo recuerdo, que desde hacernos memorizar la parte que no se canta del himno hasta la poesía de los clásicos como Neruda, Vallejo… Yo valoro mucho la formación del secundario. Tal vez no eran creativas ni nos hicieron escribir mucho pero sí nos acercaron la literatura. Yo lo valoro mucho, sobre todo porque en esos primeros años del secundario —en los últimos no— nos daban literatura las maestras. En mi caso particular era la directora de la primaria —doña Cuqui Siravegna—. Tengo un recuerdo muy claro, muy nítido y de mucho placer respecto de la literatura que ella nos acercó porque recuerdo que nos hacía memorizar. Eso es una práctica casi caída en desuso y cuando uno recupera de la memoria algún texto pasado me parece que pone de manifiesto esto que Laura Devetach dice: “la textoteca interna” que es que somos una suerte de biblioteca formada con pedacitos de canciones, oraciones, los rezos, poemas, letras de canciones que nos tallaron, que nos hicieron estas suerte de punctum —el término de Barthes— cuando éramos chicos. Y la verdad que cuando uno le recuerda a otro un fragmento de memoria, nota el goce en el otro. A mí me pasa eso en mi práctica diaria, digo algo de memoria y noto que al otro le gusta eso.

– Leer, ¿siempre fue un placer?
Sí, yo nunca hice esa tarea con pesar. Lo que no me gusta no lo leo. Pero aún en el profesorado donde la lectura es a destiempo, a destajo, que hay que leer tanto “para”, yo siento que siempre me vinculé desde el lado del placer con las lecturas. Otra cosa es esto de si te gustó o no, pero nunca lo hice con presión. Por eso por ahí tengo que luchar contra la propia idea de que se puede leer más. La verdad que eso trato de traérmelo yo siempre al presente porque, en primera instancia, no sé si siempre lo entiendo. Por ahí lo tengo que racionalizar un poquito más para decir. “ah, bueno, sí pero es posible que no pueda leer a este ritmo”. Siempre hay un momento pero también hay que tener una predisposición para la lectura. Y si es una tarea o un hacer que no te causa placer no hay por qué hacerlo.

– Cuando terminaste el secundario, ¿tenías decidido que ibas a estudiar el profesorado?
Sí, nunca tuve dudas. Siempre cuento que yo iba a segundo año del secundario y sabía que quería ser profesora de letras. Por ahí no estaban dadas muy claramente las condiciones en mi casa —hogar de trabajadores— y mi papá me ofrecía lo que se acostumbraba en esa época, allá en mi pueblo, que era ir a Villa del Rosario a estudiar Magisterio. Y yo me acuerdo el día que le dije: “Pero yo no quiero ser maestra. Yo quiero ser profesora en letras”. Así que el primer intento fue anotarme en la escuela Víctor Mercante, en el profesorado, pero no estaba letras, así que ellos mismos me derivaron al Instituto del Rosario y ellos sí tenían abierto el profesorado en letras —uno de los más antiguos de la zona— que ha pasado por muchos avatares pero que sigue en pie y ahí lo hice.

– Hace poquito vi que te recibiste de licenciada en Letras. ¿Eso era una cuenta pendiente o algo que se venía postergando?
No, la verdad que cuando me recibí de profesora, yo quería ejercer. Siempre quise ser eso y fui muy feliz haciéndolo durante veinticinco años. Lo de la licenciatura no fue una necesidad hasta que, viviendo en Villa María, se abre en 2011 y sí tuve deseos de cursarla, de seguir estudiando, de completar eso pero no como materia pendiente. Me abrió una puerta grandísima. Siento que aprendí mucho, que uno nunca termina de aprender, que uno sigue en el camino del estudio, pero no como materia pendiente. Me fue absolutamente disfrutable. Por ahí se demoró un poquito más la concreción con el tema de la tesis y demás, más de lo que yo hubiese deseado, pero estuvo bien.

– Cuando te paraste en las aulas, ¿sentiste que estaba bien lo que habías elegido? ¿Cómo fue entrar en un aula y establecer el vínculo con los alumnos?
Eso se ratifica cada vez que surge la posibilidad de hacer algo pero en la gestión. A veces me preguntan si me gustaría ser secretaria, directora, vicedirectora y no… Yo contesto siempre lo mismo. A mí me gusta dar clases. Nada más. Por cuestiones de la vida he tenido que estar en escuelas haciendo otras actividades como dando artes visuales por ejemplo, y los que me conocen, los más cercanos saben que yo siempre digo esto. Yo me empiezo a desdibujar si no hago esto. Es decir, no lo disfruto, voy triste al lugar de trabajo.

– ¿Cómo ves la educación y la escuela en el plano local?
Por distintos factores yo estuve en muchas escuelas de Villa María. Dije siempre lo mismo. Puede estar bajo el techo de esta u otra escuela, el adolescente es el mismo en todos lados. Creo que el tema del fracaso escolar pasa por una cuestión de ejecución en el aula, y por supuesto por una cuestión de gestión, es decir, qué hacemos los que vamos al aula. Porque aún en los contextos más difíciles —donde supuestamente es más difícil dar clases— siempre se puede hacer algo. Si el alumno se siente acompañado, si siente que esa clase que vos tenés en la carpeta, la armaste para él, pensando en él, y no en tu facilidad ni comodidad, hay respuestas. Y si vos los sentás y les leés algo o les proponés que lean algo, también, porque antes de ir a la escuela seleccionaste este libro de tapa azul (uno de César Vallejo que había sobre la mesa) o estampado o como sea, y ese autor, y pensaste para ellos, los chicos lo agradecen. Yo no estoy diciendo que sea fácil, no estoy diciendo eso, estoy diciendo que hay que hacer el intento y muchas cosas se matan antes del intento. Eso es lo que creo y eso es lo que he pensado y reafirmado siempre, pero sobre todo cuando me tocó trabajar acá en Villa María.
Acá trabajé en el Caminante, en el Rivadavia, en el San Antonio, en el 147 a la mañana y a la noche. Trabajar a la noche en el 147 fue una de las formas de desafío docente más grandes pero también es la que más satisfacciones me dejó, porque era un lugar lleno de prejuicios, era una tierra de nadie algunas noches, porque la violencia se respiraba. Sin embargo, con un gesto esa violencia se puede dar vuelta ese momentito, esa cápsula que uno arma en una hora de clases en la que le dijiste a fulano: “Mirá sentate”. Porque una vez llegué a implementar eso, de tomarlos al azar —el azar para ellos, no para mí—, decirles, fulano vení, mirá lo que traje para vos, los sentaba en frente y les leía algo que les había llevado de un autor que me pareciera a mí que era para ese chico. Y a lo mejor fue una isla en una práctica, fue una burbuja en una práctica docente, pero fue, y entonces eso es lo importante y lo que te queda grabado.
Yo terminé mi práctica docente de secundario el año pasado en una escuela privada donde también obtuve muchas satisfacciones porque toda propuesta de lectura cuajaba, porque había libros. Pero aún en ese contexto yo vuelvo a decir lo que te dije antes: el adolescente es el mismo. Sacale el uniforme, sacale el techo, sacale el nombre de la escuela, es el mismo porque lo que he aprendido a lo largo de estos años —lo aprendí definitivamente con la gente de Quijotada— es que no sólo hay chicos de la calle, sino que hay chicos en situación de calle. Hay chicos que pueden tener en lo material todo lo que vos quieras, y en lo personal ser absolutamente carentes. Y esos chicos están en cualquier escuela, no necesariamente tiene que ser una escuela marginal.

– ¿Tuviste alguna vez una situación difícil o desagradable dentro de las aulas?
– Sí, pero no conmigo. Pude presenciar situaciones de mucha violencia entre los alumnos, entre los padres, pero nunca conmigo. No puedo narrar una experiencia mala en mi pasaje por las escuelas de Villa María. Y esto creo que es parte de la pasión que me atraviesa.

– ¿Lograste que los chicos escriban?
Sí, logramos que los chicos escribieran. Y digo “logramos” porque lo hicimos en el marco de un proyecto, es decir, no estuve sola. Y tuvimos un cierre de un proyecto que fue a nivel provincial con la visita de escritores y ellos mismos pudieron manifestar el placer de sentir que los chicos a partir —porque habían sido a partir de textos de ellos—… En una oportunidad, por ejemplo, a partir de un cuento de Sebastián Pons, que es un escritor joven de Córdoba, talentosísimo, pudimos hacer el cierre y lo invitamos y la verdad es que tuvimos unas devoluciones fantásticas de eso que se podía ver que habían escrito estos chicos de quince y dieciséis años a partir de lecturas.

– ¿Y sabés si continuaron con la práctica de la escritura?
Sí, lo sé porque se siguen vinculando conmigo y me mandan sus escritos algunos de ellos.

– ¿Recordás cuándo fue la primera vez que te sentaste a escribir?
Es difícil recordarlo porque yo siempre escribí. Lo que pasa es que siempre escribí y tiré, quemé o guardé. No tengo una idea muy clara de cuándo empecé a escribir. Siento que desde siempre, pero no sé puntualizar.

– ¿Y por qué tirar o quemar?
Vaya a saber… Me dio mucho pudor la escritura, lo hacía como una necesidad —no sé si necesidad es la palabra— sino como algo natural más bien. Pero sí era muy pudorosa de que otros ojos leyeran eso. Me acuerdo la práctica de estar quemando lo que escribía.

¿Empezaste por la prosa o la poesía?
Siempre empecé por la poesía. Yo con la prosa tengo unos toques y me voy, los sigo teniendo —casi no muestro lo que escribo en narrativa— pero la poesía siempre.

– Leí que Cortázar decía que mientras la novela gana por puntos, el cuento lo hace por K.O. Entonces, ¿cómo lo hace la poesía?
No sé si sé decir algo tan taxativo como lo decía Cortázar, pero la poesía gana en expresión de sensibilidad, una búsqueda dentro del mismo lenguaje que hablamos y esto no quiere decir corrido de lo cotidiano, corrido de lo sencillo. Estoy diciendo buscarle la vuelta dentro de la sencillez para poder decir que al otro lo conmueva. Me parece que básicamente eso es la poesía.

– ¿Para qué escribís?
Yo creo que escribo para decir el mundo desde mi mirada. Pero también creo que escribo porque es mi manera de ser. Creo que es como respirar. A mí no me llama la atención que escriba porque lo tengo incorporado desde muy chica. Ahora lo hago en el teléfono porque cuadernos hay por toda la casa diseminados, escribo en papelitos. Entonces no me pregunto para qué escribo, yo sé que escribo. Creo que es una forma de ser.

– ¿En qué condiciones lo hacés?
Yo soy de lo más caótica que te puedas imaginar. Soy muy caótica, tanto que no puedo hablar ni de método. Escribo en cualquier momento, soy absolutamente insomne entonces escribo a la madrugada habitualmente, o por las mañanas. A la mañana habitualmente estoy sola, esta casa tiene silencio, salvo el ruido del patio que es importante, y entonces escribo ahí como un poco más. Pero puedo estar haciendo cualquier actividad y me hago un aparte y escribo. A lo mejor es una palabra que después va a desembocar en algo.

– ¿Te considerás solitaria?
Sí, absolutamente.

¿Y antisocial? ¿Te cuesta establecer vínculos?
Me cuesta a veces establecer vínculos pero no creo que sea tan grueso ese carácter, ese perfil como para ser antisocial. Lo que sí estoy notando con el tiempo es que cada vez me gusta ir menos a lugares muy multitudinarios. Yo me siento muy cómoda en soledad. Eso pesa más que lo otro pero no para decir antisocial. De hecho trabajo en una escuela así que me parece que eso es una marca de que no lo soy.

– En tus libros están muy presentes el patio, las flores, los pájaros. ¿Qué representa el patio para vos?
El patio tiene sonidos y tiene alas. A mí la vida, por una circunstancia que vaya a saber cuál fue, me trajo hasta esta casa que tiene un patio con muchas plantas y que está constantemente visitado por picaflores, palomas, libélulas que son música para mis oídos. Entonces me recuerda a los patios de la infancia que son varios y es un lugar que crea un clima propicio para escribir con esos sonidos, con esos colores.

– ¿Por qué muchos patios en la infancia? ¿Con qué tuvo que ver?
Lo digo por los patios de las casas de las tías y las abuelas que son patios importantes. Son patios de tierra, donde se hacía música, es el patio del horno de barro para hacer el pan, es el patio con gallinero, con árbol de naranjos.

– ¿Estás mucho tiempo en el patio?
Sí, estoy mucho tiempo. Ya viene la época en la que me instalo directamente.

– Uno de tus poemas dice: [Hice una corona de harina/ agregué levadura/ dibujé un pájaro/ recorrió la casa/ y huyó por la ventana/ La felicidad a veces/ es eso] ¿Te considerás feliz?
Sí, claro. Pero creo que la felicidad, como dice el poema, son momentos. El caso de ese poema tiene también que ver con una cuestión que uno arrastra, que está en la sangre, que se respira y es con la práctica más genuina del estar en la casa, de hacer el pan, de pensar en los hijos y como que ese conjunto da siempre alas para la imaginación o da momentos de satisfacción que tienen que ver a veces con los recuerdos y que esos recuerdos están íntimamente vinculados con la felicidad. En mi vida, las cuestiones que tienen que ver con lo casero, las prácticas cotidianas, tienen un sello muy grande y eso viene de mis abuelas.

– ¿Cuáles son los valores que te representan?
Me parece que algo que es vital es siempre ir con la verdad… mientras más genuino, más transparente —no siempre es lo más fácil— pero me parece que es lo necesario.

– Otro de tus poemas dice: [No puedo encriptar más el mensaje: me crecieron alas], ¿Estás en una etapa de crecimiento o en la que estás siendo vos, encontrándote?
Sí, no sé si de crecimiento, pero tiene que ver con una etapa que antes no estaba y es que la poesía cada vez quiere salir más. Tiene que ver con eso y tal vez por eso ese sea el segundo libro editado (Golondrinas en los pies). Yo edité de muy grande, hace muy poquito tiempo. Ahora lo estoy viendo, no como una necesidad, pero sí se me antoja hacerlo, y antes nunca lo tuve. Jamás.

– El hecho de editar hace poco tiempo, ¿está relacionado con el pudor que traías desde pequeña?
Sí, es por el pudor, por las posibilidades. Ahora con esto de las redes sociales que uno ve, participa de las posibilidades para publicar y un día tuve ganas, me contacté con un editor y así salió el primer libro. El segundo tuve la suerte de que le gustara a una poeta y una editora que yo admiro muchísimo, que es María Belén Aguirre. Me pidió el libro Golondrinas en los pies y ahí está, tiene cuerpo.

– ¿Cómo es el vínculo con tus lectores?
No lo pienso mucho… adultos. Tengo devoluciones de chicos más jóvenes. Hace unos días me invitaron al taller de escritura de la universidad, del profesorado y allí había chicos todos muy jovencitos. Habían leído algo ya, conocían, y sentí que disfrutaron de lo que yo llevaba. Lo hice junto a Juli Domínguez que es una piba que me encanta como escribe. Y con música, fue una jornada preciosa así que creo que sí, tal vez, la juventud se acerque.

– ¿Sigue coordinando el grupo Ciruelas Claudias?
Sí, ahora en este momento está suspendido pero lo sigo coordinando. Es un grupo de mujeres, todas profesionales de distintas áreas, mayormente de la salud, que me pidieron —ni bien me vine a vivir a Villa María porque yo conocía a una de ellas— si no las podía orientar un poco sobre qué leer. Ellas eran un grupo de mujeres que se encontraban en un club de acá en el verano y les pasaba que sentían que gastaban mucho dinero en un libro —hoy un libro la verdad es que es un objeto casi de lujo— y que esa plata realmente era tirada porque el libro les dejaba muchas insatisfacciones, entonces querían una orientación. Así surgió, yo les hacía una propuesta de lectura de algún libro, y nos juntábamos, en ese momento, en alguna de las casas de ellas y hablábamos. Yo podía darles alguna cuestión de lo que llamamos marco teórico pero básicamente era para disfrutar de las lecturas y orientar… pero no tan formal. Ese grupo fue mutando, se amplió, se achicó, se volvió a recrear y lo último que dí a una partecita de mujeres de ese grupo, hasta el mes pasado más o menos, fue un ciclo que se llama “Hoy viene Borges” y es esto, hacer una especie de itinerario, empezando por la Argentina, y haciendo anclaje en estos escritores ineludibles.

– ¿Cuáles son los autores que te marcaron y que todavía te acompañan?
A mí me marcaron siempre los clásicos. Leer a Horacio, a Homero, a Virgilio marca a cualquier lector y más si ese lector se dedica y hace de su vida las letras. Sin lugar a dudas Cortázar por el ingenio, la creatividad, la originalidad, la vuelta de tuerca en los 60 cuando no se podía seguir escribiendo lo mismo que venían escribiendo antes. Yo hablo del “Boom” y lo digo con mucho respeto y esto es una discusión larguísima. Sin embargo, ahí… ¡qué concentración de mentes brillantes! Fuentes es un escritor que a mí me atrapa sobremanera. Y de la adolescencia, Gabriel García Márquez. La poesía de Lorca me marcó. César Vallejo. Vamos a caer en la injusticia porque me voy a olvidar de alguien, pero hoy por hoy, la línea de los escritores uruguayos, no lo digo sólo por Levrero que es un escritor que me marca porque lo investigo, sino antes de Levrero, leer a Felisberto para mí fue vital y también me marcó como lectora. Y la poesía de Marosa di Giorgio, la poesía de Calveyra.

– ¿Leés todos los días?
Sí, le dedico mucho tiempo.

– ¿Considerás que se puede vivir de la escritura?
No, no creo. En la Argentina no. Me parece que ya no. Creo que fue Gelman el último que pudo vivir de la escritura. Creo que tiene que ver con los cambios a nivel mundial y la presencia y fogoneo de la pantalla, me parece que eso es lo que hace que no se pueda vivir. Ahora no necesitás ir a una librería para tener un libro, la verdad es esa me parece. No creo que eso ponga en riesgo el libro pero me parece que no se puede vivir. Hoy la fotocopia mató tanto libro.

– ¿Creés que en algún futuro se podría revertir?
La verdad que lo que se ve a simple vista no es muy prometedor, pero no quisiera tener un pensamiento apocalíptico. Pero me parece que no, va a permanecer la práctica de la lectura y la escritura en quien tiene esa formación, ese vínculo tan romántico con el libro pero que se pueda revertir… No lo sé.

– ¿Qué pensás de la escritura y en particular de la palabra?
Yo creo que la palabra siempre es el bálsamo, la necesidad, el refugio, porque podemos tener una realidad que castiga, que pega, que no contiene, que suelta, pero si tenés el recurso de escribir o de poder decirlo, de poder hablar me parece que es valiosísimo. Cuando perdamos las palabras me parece que estamos listos.
A mí me parece que muchos de los problemas que tenemos son porque no hablamos, porque no está la palabra. Si estuviera la palabra antes de una acción me parece que tendríamos muchos menos problemas. Por ahí los problemas de comunicación, los ruidos, están porque no usamos los mismos códigos.

– ¿Cómo es la relación con tus hijos?
Es íntima, cercana, vital. Una conexión que no se corta.

– ¿Les inculcaste la lectura?
Sí, pero creo que se dio también naturalmente, no me lo propuse. Me parece que como está en mí el hecho de tener libros, tomar contacto, se fueron haciendo así. Después cada uno es lector en la medida en que más o menos puede, quiere y desea. Siempre van a tener libros regalados por mí, eso es como un karma que les va a tocar, pobres chicos (risas). Después lo que ellos hagan con su ser lector, vaya a saber. Pero sí, tengo un vínculo muy fuerte y muy cercano.

– ¿Te gusta presentar los libros?
No. Yo tengo muchos amigos que son poetas que me dicen: “Pero tenés que presentarlo porque sólo así se dan a conocer”. Sí, yo entiendo, yo voy a presentaciones pero no lo siento para mí. No es lo mío, me siento incómoda, no es lo que más me guste, me predispone de una manera —no mal— pero si inquieta. Al primero no lo presenté y el segundo fue en Polaroid pero algo muy cercano e íntimo. Creo que no tiene que ver conmigo ese tipo de exposición. Es el lugar de la exposición, porque yo escribo para otra cosa. Entiendo que uno lo hace con este fin de divulgarlo, de lanzarlo y en ese lanzamiento tener que mostrarlo pero la verdad es que me encantaría que se pudiera hacer sin mi presencia. Casi que me encantaría ir a una presentación de un libro sin mí (risas).
Otra cosa que no hago es pedir que me escriban ni prólogos, ni comentarios. Si surge, que surja, pero no pido.

– ¿Por qué?
Porque no me gusta comprometer al otro. Es decir, no quiero que exista entre mí y la otra persona y el libro en el medio, un compromiso de escribir “para”. No creo que deba ser así.

– ¿Por qué Frida Kahlo en la tapa de Golondrinas en los pies?
Frida es una personalidad que admiro, pero surgió de María Belén. Un día me escribió —ella reside en San Miguel de Tucumán— me preguntó cuál era, de las pinturas de Frida, de los autorretratos que ella tiene, el que más me gustaba. Y yo sin dudar le dije éste, que es autorretrato con trenza, porque me encanta, me gustan los colores, me gusta especialmente el rostro de ella cómo está ahí… Y me contesta: “No podemos tener tanta sincronicidad”, así que medio viene de la mano de ella. Además creo que tiene que ver —yo siempre digo que es un libro muy femenino— ponerle este mujerón…

– Respecto de este libro, hay un poema en el que hablás de que tus ojos cavan en un espejo hasta encontrar a aquella que no fue. ¿Hay alguien que no fuiste?
Sí, me parece que todos tenemos a alguien que no fue, pero que no necesariamente te deja deuda. Todos cargamos una mochila que se llama historia y ahí hay alguien que no fue.

– ¿Quién no fuiste?
Una niña. Me parece que le faltó juego a mi niñez. Me parece que faltaron muñecas, por decirlo de una manera simbólica.

– ¿Sos de mirar hacia atrás? ¿Recurrís al pasado?
Yo miro atrás para reconocerme y no olvidarme pero no como un anhelo de volver a estar en esos lugares. Siempre miro para adelante porque me parece que la vida me ha favorecido gratamente para seguir mirando para adelante y no para atrás. Yo no soy una persona atada al pasado. Pero sí lo recuerdo porque es mi historia.

– ¿Tenés alguna cuenta pendiente?
No. Sólo tengo que arreglar cuestiones que tienen que ver con mi salud. Toda la vida hice todo lo que quise. Mi familia siempre me habilitó a seguir estudiando, a viajar, a participar de congresos, de encuentros, lo que implica la vida de un docente.

– ¿Tenés proyectos a futuro?
Siempre. Son motores los proyectos.

– ¿Cuáles?
Poder concretar otro paso en el estudio, en el que ya estoy involucrada. Esto es hacer el doctorado en la Universidad Nacional de Córdoba. Tengo ya una excelente directora de tesis, una mujer que me brindó todo su saber con una generosidad, una amplitud de criterio y una apertura que todavía estoy sorprendida. Todavía estoy bajo los efectos de lo que me causó vincularme con esta persona que es Miriam Pino. Después proyectos con la pareja —“vamos a tener dos hijos más”, dice su marido (risas)— porque Fernando es muy compañero en el estricto sentido de la palabra así que siempre se puede caminar con una persona así y, porque se puede caminar, se puede tener proyectos de pareja, familiares.

– ¿Y respecto de los libros?
Gratamente, tengo dos libros en “El mono armado” que es una editorial con la que me interesaba publicar y ellos tienen una asesoría literaria que dijo sí a dos proyectos que son dos libros que escribí el año pasado: “Para no apagar rebeldías” y “Este mal que no me acecha” que la verdad que lo pensé artesanal porque es un libro muy íntimo, hay muchas voces íntimas pero que necesitan exteriorizarse porque yo siento que es un libro que le va a dar voces a muchas personas que no están.

– Si tuvieras un espejo hoy en frente, ¿a quién ves?
Veo a una mujer que intenta estar cada día mejor en términos de ser feliz —lo digo en el sentido más cabal de la palabra porque por ahí está tan manoseada que se empieza a vaciar—Ser feliz lo digo también en términos de ser cada vez más esencia, más genuina. Me parece que mi lucha de todo este último tiempo tiene que ver con ser cada vez más genuina y creo que estoy en el camino. Creo que no es fácil pero creo que estoy en el camino y esto se hace con elecciones.
———————————————————
Andrea, como si estuviéramos en una de sus clases, nos comparte con afecto tres de sus poemas (de «Para no apagar rebeldías») con los que más se identifica.
13
“horas con/ más música/ necesita/ tu palidez/ de sombra/ y morder/ aunque sea/ una vez/ una mañana/ violeta/ de octubre/ después/ de haberte/ bebido/ todos/ los versos/ de la Bignozzi”.
21
“Aprendí/ sobre/ el material/ con el que está/ hecho/ mi cántaro: acunó utopías/ atrapó huracanes/ sedujo grietas/ argamasa sencilla/ sigue intacto/ latiendo/ de su interior/ vierte/ agua/ para que la sed/ de estar viva/ no apague/ su rebeldía.”
23
“una musiquita/ de acordeón/ mimado/ pesa la tarde/ sobre la arquitectura/ de la ciudad/ vas y venís/ venís y vas/ sin diferencias/ con los maniquíes/ esqueléticos/ que deslucen/ trapos/ para don nadie/ ojalá un Fa/ te pegara en la frente/ un Mi/ te soldara el arpegio/ un Sol/ te dorara/ la sombra.”
———————————————————
Me despido de Andrea con un mate y me llevo para el camino un pedacito del budín. Pero más allá de eso, mientras regreso siento en alguna parte de mí —que no identifico— que hoy el atardecer es un poema escrito por la poeta. Y siento cómo los versos me prestan sus alas para que, por un instante, sobrevuele la ciudad.
———————————————————
Publicaciones
– Simiente de Níobe (El Mensú Ediciones, 2014)
– Golondrinas en los Pies (Ediciones de La Eterna, 2016)
Inéditos
– Para no apagar rebeldías
– Este mal que no me acecha

Franco Gerarduzzi.

* Esta y demás entrevistas se pueden leer también en la Fanpage de Facebook de su autor: Franco Gerarduzzi.