VOZ/S EN LA CIUDAD #2: «CENAR Y SANAR»

En esta segunda entrega Hernán Cuello ahonda sobre una oscura historia entre Oliva y Villa María.

Cenar y sanar

El amor y la locura a menudo se parecen mucho, tanto que se confunden y no se sabe dónde termina uno y comienza el otro. Una especie de masa homogénea pegajosa y letal de la que, a veces, es difícil salir.
Mi amor por ella no lo puede medir ningún psiquiatra. La conocí la segunda vez que llegué al neuropsiquiátrico de Oliva, quizás ya estaba la primera solo que la medicación no me permitía esbozar palabra o balbucear pensamiento.
La vi y me acordé de mi mamá, seguro mi viejo habrá pensado lo mismo cuando la conoció. Era mamá de joven, dios la tenga en la gloria y no la suelte jamás.
Creo que fue a primera vista, me le acerqué y le ofrecí un cigarrillo que escondía para ocasiones especiales y esta era una de ellas.
Fumamos y hablamos porque es lo único que nos dejan hacer, si nos tomamos de la mano el celador hace sonar un silbato y hacemos como que nada pasó. De todos modos, aunque quisiéramos, las pastillas nos sedan en demasía.

Me enamore de él la ultima vez que llegué al neuro, yo estaba cansada de tantas salidas transitorias, sabía que no podía quedarme mucho tiempo más. También sabía que si te ven con una pareja estable los otros internos te dejan en paz y los celadores te firman las salidas. Todo se torna más fácil con un compañero al lado, sobre todo en un lugar que, lejos de curarte, te enferma cada día más.
Él no babeaba como el resto ni gritaba groserías, se acercó amable y ofreció fumar un cigarrillo a medias, yo le dije que podía salir cuando quiera a comprar y él se puso contento al saber que cigarrillos y luego besos nunca le iban a faltar.
Hablábamos de colores inventados, escribíamos poesías en la tierra que luego se borraban con la llovizna y nos mirábamos como dos niños que están por cometer una travesura, cómplices.
Me enamoró como lo hacen los locos, con ternura, verdad y pasión.
El día que nos dieron el alta, él prometió que nos iríamos a vivir juntos y así fue.

Es mi ultima ronda de patrullaje, ya no siento bien las piernas por los borceguíes, el frío cala en los huesos, tanto que tengo que parar cada dos horas a caminar para entrar en calor. La moto es para los cadetes y agentes, una forma de hacerte pagar el piso.
Miro el reloj y todavía me queda una hora de dar vueltas, en este lado de la ciudad nunca pasa nada, menos en invierno.
– Cabo Miranda, me escucha QRL –
– Sí, atento, Sargento –
– Lléguese a la calle Chile al tres cuarenta que acá llegó un caco lleno de sangre diciendo que se mandó una.
Estoy a dos cuadras, las piernas me tiemblan pero esta vez no es por el frío, siento algo en el pecho.
La casa es antigua, parece que nadie ha vivido en años, golpeo la puerta pero no se escuchan habitantes, giro el picaporte, está abierta. Un olor metálico inunda mis fosas nasales, prendo la luz y parece que ha ocurrido una masacre, como si alguien baldeara las paredes con sangre. Pido refuerzos por handy y ahí veo un perro abierto como un pollo parrillero sobre la mesa, el olor se hace insoportable.
La mesa servida alrededor del animal y, en la punta de los comensales ella o al menos lo que queda de ella, su torso, los brazos, que alguna vez abrazaron con ternura, se encontraban desmembrados en el suelo, sin las piernas ni cabeza. Todo es un río de sangre.
Llegan los peritos y forenses. Femicidio agravado por el vínculo con el atenuante de estado psiquiátrico del victimario.
Encontramos todas las partes del cuerpo menos la cabeza que, después de hacer una minuciosa búsqueda, apareció en el horno.

El amor y la locura a menudo se parecen mucho. Cenar y sanar, a veces, también.

Por Hernán «Ninio» Cuello.