VOZ EN LA CIUDAD #13: EL DÍA QUE…

Experiencia de un día diferente al resto, el mundo ha cambiado. Por Hernán Cuello.

El día que…

 

Soy una persona que no tiene televisión en su casa, no escucha la radio ni lee los periódicos. Creo que las noticias se replican cada cierto tiempo, por lo tanto, al pasar los años siguen siendo los mismos solo que con actores diferentes.

Me cuesta confiar en la gente, todo el mundo esconde un secreto que se lleva por las noches a su almohada, como dice la canción “todo el mundo lastima”.

Me llevo mal con el mundo, no entiendo sus reglas, sus leyes y su gente con la doble dirección de las palabras y publicidad por sonrisa.

Me levanto muy temprano a la mañana, tanto que puedo ver como el sol emerge sobre toda la ciudad abrazándola como una boa a su presa. Bajo los siete pisos del edificio sin saludar al nuevo portero, al lado pusieron una panadería que vende los mejores bizcochos de toda la ciudad, el panadero me saluda por mi nombre y lo miro atónito, sonríe tornando la situación más extraña aún, le pido una bolsa pequeña de bizcochos y pone ocho de yapa.

Al volver a pasar por la puerta de entrada el portero me llama – Estimado señor Rubinstein ha llegado la boleta del gas y la cuota del consorcio – Me acerco, él sonríe tanto o más que el panadero, subo las escaleras viendo de a poco las boletas, abriéndolas despacio para que los números no me sorprendan – Usted debe a la fecha un total de 0 pesos con 0 centavos – Leo y pienso que debe ser un error de impresión.

  • La cuota del consorcio se suspende hasta nuevo aviso – Dice un papel vivo amarillo con letras opacas negras.

Llego a mi departamento y abro las ventanas del balcón norte, se escucha una agradable música de jazz  pero no sé de donde viene. Desde el séptimo piso enciendo mi cigarrillo y veo como un gran grupo de gente baila al compás de Louis Armstrong, están felices, me doy cuenta porque nadie baila estando triste, al menos en la vía publica.

Cambio mi pijama por el jean y la remera que descansa sobre el sillón, yo también siento una alegría inusitada, bajo por las escaleras porque de repente siento ganas de hacer un poco de ejercicio, al salir el portero me vuelve a saludar con un “demasiado amable” buenos días.

Veo parejas compartiendo comidas mirarse a los ojos dejando los teléfonos móviles a un lado, el hombre oscuro que cambiaba billetes locales por dólares ahora se dedica a vender flores y a quien no puede comprarlas, las regala.

Los perros ladran distinto, como con un sonido parecido a una canción de cuna. No existen los atascos porque parece que se pusieron de acuerdo para salir todos en bicicleta.

Parece que la selección nacional de fútbol hubiese ganado el mundial pero creo que anoche no hubo deportes en la televisión. Todos los bancos cerrados, sus empleados felices reparten dinero entre los indigentes.

La gente tiene una alegría extraordinaria, parece que se legalizó algo pero todavía no me doy cuenta qué.

Por Hernán Cuello.