VOZ EN LA CIUDAD #11: AMORES DE BIBLIOTECA

Nuevo relato de Hernán Cuello sobre la vida, la ciudad, el amor, el desamor y los sueños.

Amores de biblioteca

 

“Señor, exclamó, muéstreme mi camino y renunciaré a este destino maldito”
Crimen y castigo. Dostoievski.

 

A los tumbos del corazón fue creando una especie de amor, que si bien no se parecía en nada a lo que todo el mundo dice sentir, podía vibrar distinto cuando, de vez en cuando, aparecía.

Entre tantos papeles folletos que le entregan en la peatonal, uno llamó la atención de Manuel. A pesar de que nunca los leía, este citaba a una tarotista Victoria, capaz de traer el amor de tu vida y rendirlo a tus pies, se realizan amarres amorosos. De repente, Manuel apretó fuerte el papel en vivos tonos rojos, lo arrugó y dijo para si mismo (siempre que hablaba para él se enteraba todo el mundo). “No existe el amor, bah, no es así como se encuentra! Como si se pudiera encontrar! Como si no fuera un rayo que te parte las tibias y te deja desnudo en medio de la noche en pleno invierno. El amor te descobija, te deja expuesto a las miradas atónitas de los transeúntes despistados y los cuervos de medianoche. De repente, Manuel se encontraba en medio de la peatonal dialogando. Escena graciosa para muchos, no para él.

Desde pequeño sufrió episodios de sueño, momentos donde, despierto, volaba en imaginación hasta que algo lo sacaba de allí. Un buen día se pasó seis estaciones de subte por imaginar cómo seria si el tren gigante cobrara vida y se viera con humanos en el estómago reclamando por un viaje. Perdía parciales por deleitarse con el vuelo desgarbado de una mosca, se le calentaba la cerveza por ver como las burbujas corrían carreras, se le apagaba el cigarrillo por observar el humo. Colgado le dicen. Soñador, corrige.

Le gusta ir a la biblioteca, sumerge su somnolencia en historias escritas por otros. En realidad siempre espera encontrarla. “Ojos planetarios” es el apodo que Manuel inventó. Se hace surco en la tierra cuando ella pasa, seguramente será estudiante de letras o filosofía. Escribe mucho y se sienta frente a la ventana, probablemente sonríe por el sol, aunque en días de lluvia su cara tiene juguetes.

Marco grueso en sus lentes sostienen vidrios amplios que, en el fondo, esconden unos ojos chiquitos, verdes canábicos hipnóticos.

Manuel la ve entrar al lugar de libros. Se detienen todas las historias para ver a la señorita pollera artesanal, ella busca un libro de Liniers y se dispone a hojearlo. Lee a Liniers y las historias de Enriqueta, Madariaga y Felini. Lee a Liniers y entonces quiere decir que es tierna, le gustan las historietas y utiliza la imaginación con Olga.

Manuel se pierde en esos ojos verdes, pestañea suspirando y dice para si mismo “si solo tuviese un tema de charla, podria acercarme a su mesa y, con elocuencia, decirle algo gracioso.

Manuel pestañea y suspira. Suspira y se pierde…

Se encorajina y decide, levanta su cuerpo de la silla y se acerca a la señorita de anteojos.

– ¿Te gusta Liniers? – Pregunta tonta y obvia.

– Si, amo sus historietas – Respuesta obvia y tonta.

Manuel toma las riendas de la situación, le hace un chiste sobre Madariaga y ella se ríe a carcajadas. Acomoda una silla en la mesa, trae sus apuntes y comienza la charla que se extiende más allá de los límites permitidos de la biblioteca. Se citan autores, se leen poemas viejos y discuten sobre ensayos. La noche los encuentra y una voz muy grave los invita a retirarse, no sin antes ordenar los libros en sus estantes.

Manuel la invita a caminar en la plaza. Cuenta sus monedas y solamente le alcanza para una cerveza. Ella acepta con la sonrisa más luminosa que han visto los faroles. La espuma genera sonrisas y en medio de la noche; cuando la luna da su claro más oscuro, Manuel confiesa su amor. Ella lo mira y, de sus ojos verdes, caen tres lágrimas. Saca sus lentes y se ilumina todo, considerando todo como la cara de Manuel.

Los dedos se entrelazan, el par de manos tibias se unen a las frías. Un segundo que dura demasiado y los labios se encuentran. El beso se hace poema y la galaxia de universos da un paso a una nueva constelación.

– Me tengo que ir Manuel, es tarde y mañana tengo parcial – Dice la mujer.

– No hay ningún problema ¿Nos vemos mañana? – Y Manuel pone la mayor expectativa.

– Mañana tengo que hacer un ensayo sobre El Ulises – el rostro de Manuel se angustia.

– ¿Me ayudas?-  El rostro de Manuel vuelve a sonreír.

– Existe un único problema- Dice el hombre enamorado.

-¿Cuál? – Repone la chica que se sonroja.

– Cuando me vaya de acá voy a pensar en vos, los segundos que faltan para volverte a ver, en ese beso que es como acostarse en un plumaje blanco y en tus manos tibias que encendieron chispas aca adentro –

A ella se le llenan los ojos de gamas grises, lo abraza y da un beso de despedida.

– Hasta mañana bonito –  Sonríe.

– Hasta mañana – Se ilusiona.

Parpadea, enfoca la visual, refriega sus ojos y se oye una voz muy grave que lo invita a retirarse, no sin antes ordenar los libros en sus estantes.

Está decidido. Mañana se animará a hablarle.

Por Hernán Cuello.