VOZ EN LA CIUDAD #10: CAJA FUERTE

Cuando la realidad se desvanece frente a nuestros ojos. Por Hernán Cuello.

Caja fuerte

 

Existen días comunes que están destinados al olvido y otros días que se quedan grabados en cámara lenta como si el tiempo se trasformara en un gran tarro de dulce de leche cayendo por su propio peso, días que, si cerras los ojos, podes respirar las mismas partículas que flotaban en el aire.

Mis días antes de conocer a M eran simples pasadas de hojas, después de él cambio todo en mi vida.

Lo conocí en circunstancias un tanto raras. Yo tenía doce años y le robaba un cigarrillo a mi papá para ir a fumarlo en los vagones abandonados en la vieja estación de trenes, el neoliberalismo estaba devastando el país pero dejaba lugares excelentes para jugar como fábricas abandonadas y máquinas oxidándose.

Era un catorce de enero, me acuerdo porque cumplía años Clarita y lo festejaba esa misma noche, le robé, como siempre, un cuarenta y tres setenta a mi viejo y me fui a la hora de la siesta al vagón verde de madera que era el único donde no dormían vagabundos ni perros. El vagón, en su tiempo, debe haber sido de primera clase, piso de madera, un baño de mármol y, en el medio de la sala, una mesa robusta, tenía también un sillón y en la esquina una hermosa caja fuerte verde con manija dorada.

Al cigarrillo lo fumaba en tres etapas mientras hacía un recreo me gustaba jugar con la caja fuerte o imaginar quienes habían viajado en ese hotel cinco estrellas con ruedas de tren.

La combinación de la caja fuerte era mi cumpleaños, uno a la izquierda, tres a la derecha, diecinueve izquierda, ocho derecha y cinco a la derecha también. La puerta pesada se abría y aparecía M, nunca le pregunté de donde venía ni tampoco centrábamos jamás nuestras charlas en ello.

Llegó un día de invierno mientras tosía y juraba que jamás probaría otro cigarrillo más, una voz grave me asustó y dijo “no tenés que guardarlo en la boca, hacé como si lo tragás”, en realidad no me asusté pero me sorprendí, era un hombre grande para mí pero vi en sus ojos algo inofensivo como cuando un perro gruñe pero entender que es por temor y no porque te va a atacar.

M hablaba del futuro y de cómo las cosas cambiarían en mi familia, él hizo que me acercara a mamá, sobre todo en sus últimos años, insistía siempre en que fume, con el tiempo empezó a traer pipas para que probáramos tabaco. Los mejores fueron los habanos cubanos, reíamos como drogados cuando me contó que Maradona iba a ser un obeso incapaz de articular una oración. Disfruta de los redondos, pibe, que no les queda mucho tiempo ¿Todavía no fuiste a ver a soda stereo?

Lloramos juntos cuando dijo que los viajes lo estaban debilitando y que no podían seguir nuestros encuentros.

Seguí fumando me dijo después de un abrazo que acerca corazones, ya está creciendo, agregó señalándome el centro del pecho. Entró en la caja fuerte y desapareció. Jamás pude volver a abrirla.

Veinte años después empiezo quimioterapia por mis pulmones devastados, una enfermera muy joven cuida día y noche de mí, me gusta muchísimo como me canta y acaricia, enamora su forma pero creo que me quedan pocos días.

El lunes me visitó un señor muy anciano, dijo llamarse Ma, fumaba una pipa en pleno cuidados intensivos, me dio dos consejos, el primero que le declare mi amor a la enfermera, el segundo fue el martes cuando me regaló un atado de cuarenta y tres setenta y llegó arrastrando una hermosa caja fuerte verde con manija dorada.

Por Hernán Cuello.