SINFONÍA PARA ANA: LOS INCONSCIENTES NO SON LOS CHICOS

Reseña sobre el largometraje basado en hechos reales que será transmitido por la TV Pública. Por Roque Guzmán.

*El largometraje ficcional basado en hechos reales se estrenará en televisión abierta este sábado 19 de septiembre a las 22. La cita, en conmemoración por La Noche de los Lápices, será por la TV Pública.

Muchas veces escuché hablar sobre los chicos, sobre adolescentes… Muchas veces, a los adultos pretendiendo entenderlos, simulando que desde su estamento de personas mayores comprendían lo que pasaba por sus mentes. -¡Dejalo, no entiende nada! ¡Son chicos, son inconscientes!-

En “Sinfonía para Ana” los chicos entienden, sufren y aman. Pero no sólo sus pesares danzan entre la amistad, amores juveniles y problemas académicos. El tiempo y el espacio ubicó a estos chicos en donde las preocupaciones adolescentes eran la libertad, los derechos humanos y el futuro. Sí, use futuro en peligro que entendían mejor que los grandes. Ese futuro por el que luchar.

En “Sinfonía para Ana”, los inconscientes no son los chicos.

Basada en el libro homónimo de Gaby Meik, el audiovisual de Virna Molina y Ernesto Ardito construye un recorrido -a modo de experiencia- por un mundo adolescente en los años más oscuros de la historia de la Argentina. La película cuenta en dos horas lo que vivieron Ana e Isa, estudiantes de 14 años a mediados de los ’70.

Vivenciar la película, es comprar dos pasajes. Uno hacia un tiempo y un espacio que conforman la primera mitad de los ’70 y el politizado Colegio Nacional de Buenos Aires. El otro, a un submundo de pérdida de inocencias adolescentes, similar a lo vivido por muchos de nosotros.

Al observar los primeros minutos, ya no es posible bajar del avión. Los dos viajes se apoyan uno en el otro, hasta que se hacen indivisibles y el trayecto fluye suavemente frente a nuestros ojos con la nostalgia por lo perdido, pero también con el heroísmo de la honorable batalla librada.

Quizás el gran acierto de “Sinfonía…” es que no le teme a su identidad de independiente, en la misma medida en que no se acobarda frente al mundo adolescente. Su mirada, cimentada en la visión de Ana (14 años), evoca por igual a la añoranza de un recuerdo como al rechazo de los nefastos hechos que sufrió el país. Al no buscar parecerse al mainstream, le película resulta en un audiovisual sin los prejuicios o los dogmatismos que el cine comercial suele arrastrar.

En tono nostálgico, y vagando entre recuerdos y documentos, la propuesta de cine independiente parece ser parte de una búsqueda estética y narrativa en la que las memorias, los hechos y los sentimientos se amalgaman en cada fotograma. Es esta construcción, los realizadores logran darle a ficción y realidad, el mismo estatus dentro de la narración cinematográfica. Y no me refiero a las posiciones. No resultan en ningún momento uno sobre el otro, sino gerundialmente crecientes con el ritmo de la película.

-Me desespera cuando se me borra un rostro, un momento, un gesto. Porque es como matarlos-, dice Ana. La película no se borra luego de verla, no muere.

Virna Molina y Ernesto Ardito logran uno de los sueños de la humanidad: la manipulación sobre dos parámetros difíciles de gestionar. Romper la barrera del tiempo y del espacio. La estética y narrativa lleva al espectador suavemente de los materiales de lo real -con metraje documental de los ’70- a registros ficcionales en los espacios en los que todo sucedió. O donde todo sucede, en interminables repeticiones cada vez que el cemento y los ladrillos evocan una memoria.

En “Sinfonía….” la realidad es un recuerdo adolescente, que refleja lo más importante y pregnante, en donde el disco de Sui Generis entra en pugna con el primer beso; donde palabras como “Libertad” se cruzan con las risas cómplices de mejores amigas. Una arena propicia en la que la lucha por el amor colisiona con la disputa por los derechos estudiantiles y de una sociedad.

 Muchas veces escuché hablar sobre los chicos, sobre adolescentes. A los alumnos del Nacional de Buenos Aires, la realidad quiso pisarlos como un monstruo, pero se plantaron unidos con una madurez que los adultos deberían envidiar. En “Sinfonía para Ana”, los inconscientes no son los chicos.

Por Roque Guzmán.