A MEDIA PÁGINA #8: UNA DE PIRATAS

Historia de un cofre, monedas de oro y rivalidades inesperadas. Por Hernán Cuello y Santiago Ruartes.

Una de piratas

Navegábamos por el mar unos ocho meses del año, se pisaba tierra para contar y distribuir las ganancias de cada viaje. Por lo general el negocio de la piratería era el fuerte en nuestra aldea, quedamos en este trabajo luego de las diferentes invasiones de las tribus paganas que nos fueron corriendo de nuestro hogar, hasta terminar varados en una isla.

El negocio era muy redituable, las diferentes barcas que pasaban eran pequeñas pero siempre traían consigo cosas fundamentales de nuestro interés, dinero y comida.

En la llegada del último mes de navegación debíamos completar un último asalto y se comentaba que un barco pesquero venía bastante cargado y con ánimos de llegar a la costa para asegurar el botín. Logramos divisar, cuatro días antes de partir, al barco objetivo. Nos preparamos con la cautela que ameritaba entrar a una embarcación para robar.

Caía la noche y era difícil divisar la barca, lo que si era seguro, eran las caídas al mar, muchas veces significaba morir, todo debía ocurrir en pocos minutos, y contar con una persona menos, era una gran desventaja, aún así y a pesar de las condiciones, nuestra experiencia nos permitía acercarnos sin que nos llegarán a distinguir a tiempo.

Llegamos al objetivo sin que nos lograran observar o al menos eso fue lo que creímos. Cuando nos encontramos arriba del barco y revisamos estaba hasta el tope de lo que buscábamos aunque en ese momento supimos que había que luchar por ello y que perderíamos quizá a la mitad de los nuestros.

La idea era anclar nuestro barco al otro y con una gruesa tabla cruzar al de la víctima, cometer el ilícito sin muertos o por lo menos sin tantos muertos, romper sus velas para que no nos puedan seguir y zarpar hacia las tierras más cercanas. El plan era infalible, en diez años solo perdimos a dos de nuestros hombres pero eran personas débiles, de esos que no están hechos para el agua. Uno cayó al mar en una trifulca con ingleses y lo tuvimos que dejar varado en la huida, el otro no pudo cargar su pistola a tiempo y recibió una lanza al medio del estómago. Los despedimos como buenos marineros y seguimos adelante.

Cruzamos al barco y me llamó la atención su nombre “flying Dutchman”, se ve que toda la tripulación estaba durmiendo porque a nadie vimos en cubierta, ni siquiera al que mandan al carajo, llegamos a proa y ahí estaba, amarrado con nudos simples un cofre con monedas de oro y sedas que, seguramente trajeron de oriente. Somos ricos dijo uno, si repartimos el botín no tocaremos nunca más el mar, me pondré un bar en la península, yo voy a abrir una tienda de armas, los piratas empezaron a soñar con los ojos abiertos. Levantaron el cofre entre cinco personas pero se dieron cuenta que no pesaba tanto como parecía y ahí empecé a oler la trampa.

Algunos cruzaron el cofre a nuestro barco y yo decidí bajar a investigar, me encuentro con una sala como para veinte personas y un comedor con la mesa puesta y candelabros llenos de polvo, en los camarotes las camas estaban perfectamente tendidas. Cuando entre al cuarto del capitán, vi su cama en orden, algunos mapas marcados, desenrollo un papel con una lista que decía “objetivos”, en la última palabra descubro con horror que figuraba el nombre de nuestro barco. Intento salir muy rápido por una escotilla y me topo con toda mi población maniatada a punta de sable.

De repente nos vimos rodeados de unos señores muy bien vestidos, el capitán se acerca a mí y me dice en un holandés muy claro “Hallo, ik wachtte op je” riendose a carcajadas, los demás se ríen también.

Entiendo todo. Los señores suben a nuestro barco con el cofre, cortan los amarres y se van lentamente mar adentro, miro a mi tripulación con desdén y resignación. A veces a los piratas nos toca perder.

Por: Hernán Cuello y Santiago Ruartes.