A MEDIA PÁGINA #2: PASAJERO DE BONDI

¿Cuantas veces escuchamos, sin querer, conversaciones ajenas? Por Hernán Cuello y Santiago Ruartes.

Pasajero de bondi

 

El primer interurbano salía a las 6 de la mañana, y no tenía cambio. El chofer me dio 5 minutos para buscar, de lo contrario no me podía cobrar y perdía el bondi. Corrí hasta el estacionamiento de autos que hay a media cuadra e intenté explicarle a la mujer que trabaja ahí, que, si no conseguía cambio no me dejaban viajar. Con un poco de desconfianza, me ofreció un billete de 50 pesos y cinco de 10 pesos. Madrugada de primavera y un ambiente vago.

Llegué antes del tiempo pactado, tuve que discutir con el chofer sobre porqué él estaba en lo correcto al no poder cobrarme el billete de 100, después un par de “Sí” y otros de “Entiendo”, encaré para el fondo, para distanciarme de esa discusión perdida.

Al rato un señor que estaba caminando con un diario en mano, subió al colectivo, y tuvo una charla de amigos de toda la vida con el chofer. El bondi arrancó para despegarse del núcleo y adentrarse en los barrios de la ciudad.

Un viaje en tractor, con ritmo y tranquilo, estar acá y volver a casa fue lo mejor que me pasó en la semana. Parece que uno puede estar tranquilo cuando no le queda otra, y cuando puede escuchar una conversación ajena.

Eran dos amigas de unos veintitantos, hablaban de trivialidades como la ropa que se iban a poner el sábado o cuantos novios estaba bien tener antes de casarse. La más rubia recibe un mensaje de texto y empieza a hurgar en su bolso, saca mil cosas antes de encontrar el celular, la otra va sosteniendo entre sus manos y muslos crema para el rostro, lápiz labial, unos pañuelos descartables, gas pimienta y un perfume que, al parecer por el envase, debe ser importado. Las chicas están tan absortas en su conversación que no se dan cuenta de que les estoy prestando demasiada atención o quizás aprendieron a ignorar a hombres como yo.

La rubia rescata el teléfono desde el fondo del bolso y, después de desbloquearlo, le dice a la otra – Es ella otra vez, ya me cansa, siempre que se pelea con el novio me escribe como veinte testamentos, mirá lo que es esto- dice mostrándole la pantalla a su amiga. – Bueno, si la querés aconsejala para bien, al fin y al cabo también es tu amiga ¿No lo harías conmigo? –

Yo escucho atentamente la conversación, esto ya se está poniendo muy bueno, imagino qué puede decir ese mensaje de texto, cuál será la historia detrás de esta historia.

Supe que la más rubia se llama Anabel y de inmediato me hizo acordar a una canción que me gusta, también pensé que mi novia tiene una amiga con ese mismo nombre, no sé cómo se llama esa técnica para aprender datos pero siempre me sirvió.

Pude deducir que la amiga x estaba cansada de su novio, que hacía meses que tenía un amante pero no sabía cómo decírselo. Entre las dos se reían de la situación pero ninguna se animaba a decirle que está bien soltar, que retener una fruta podrida entre las manos hace que, también, se te pudran los dedos.

-¡Uh! Escuchá el audio que me acaba de mandar – Dijo Anabel – Se nota que está decidida-

Quise escuchar el audio, pero la rubia no era de esas personas que escuchan los audios de whatsapp para todo el mundo así que me tuve que imaginar qué decía, de seguro era más de lo mismo, de esas peleas pasajeras que parecen el fin del mundo, tomando como mundo todo lo que rodea a una persona.

Anabel se notaba cansada de escuchar la misma historia, parecía que los consejos para x le entraban por un oído y terminaban en la calle.

-¿Qué le vas a contestar? Dijo la menos rubia.

– Le voy a decir que le dé una oportunidad, que el amante que tiene no vale tres pesos, es uno del montón, de esos que sirven para una noche y nada más o dos noches a lo sumo – dijo entre risas.

Me quedé pensando en cómo hubiese seguido la conversación, pero estaba a tres cuadras de mi parada, las veo por última vez antes de tocar el timbre, y antes que el sol del amanecer golpee de lleno al medio de mis pupilas. ¿Cuántas historias quedarán truncas por no poder escucharlas? ¿Cuántos amantes no declarados permanecerán en la densa niebla del invierno esperando que el sol salga para dejarse ver? ¿Cuántos amores serán fruta podrida congelada al fondo del freezer estancados en un letargo de coma farmacológico?

Acomodo mi mochila doblando la esquina de Alvear, nuestro perro se alegra de verme llegar, da vueltas sobre sí mismo queriendo morderse la cola, ladra fuerte, muy fuerte y corre a mi encuentro. Levanto la mirada y al lado de la puerta encuentro dos bolsos con mi ropa y una nota de despedida.

Por Hernán Cuello y Santiago Ruartes