ESCRITORES DE LA CIUDAD – ALEJANDRO MORA

Conocé a Alejandro, sus motivaciones e inspiraciones a la hora de escribir y leé su texto "El Mar".

¿Qué fue lo que te llevó a escribir?
Creo que, como muchos, fue la abrumada necesidad. Es decir, como personas reclamamos decir cosas que, en ocasiones, no sabemos cómo, y en mi caso, la palabra dicha desde la boca me era difícil. Por eso, escribir se volvió el hilo rojo más próximo que une psique, corazón y lengua.

¿Cómo definirías tu estilo en esta faceta?
Me parece que es variable. El hecho de estar en contacto con muchas emociones me lleva a mutar de manera constante. Es difícil rotularse pero, al menos, sé que los cuentos me hacen hermosos ovillos en la cabeza.

¿Cuál es tu fuente de inspiración? ¿Sobre qué te gusta escribir?
Lo cotidiano, sin duda. Escribir lo común: lo sobrenatural, los fantástico y las raíces. El amor, el odio, el todo. Somos una inagotable fuente de sensaciones y, por ende, una inagotable fuente de historias.

 

 

EL MAR

La señora García había despertado de la siesta. El insoportable calor de la tarde, entraba por la hendija inferior de la puerta 59, situada justo al frente del malecón. El extenso sueño, había culminado ni bien pasadas las 16:30. La pesadez de sus párpados, se hacía sombra en sus ojeras.

Dos atigradas pantuflas esperan pacientes debajo de la cama, al borde de la rojiza alfombra persa con aroma a La vi est belle. Un camisón de leopardo descansa en una silla que cuesta cinco veces más que el sueldo mensual de un obrero.

El sol entra por la ventana y se estrella en las kilométricas uñas de la señora García (hechas en la manicuría de Jean Betancour, en color rojo carmesí con pequeñas gotas llenas de brillantes) abre sus verdosos ojos y sus tuneados brazos.

―Hay que tomarse un tecito con galletitas, coraçon. ―le dice a una enana y blanca Spitz que también estira y abre su diminuto hocico.

Los diferentes y carísimos recuadros parecieran vigilar el vaivén de caderas de la señora García. En la cocina, pone agua a calentar y bosteza llevando con fuerza sus labios hacia adentro y cubriéndose la boca apenas con tres dedos (índice, medio y anular). Su puntiaguda y lustrada nariz, transita hacia el refrigerador con la mira puesta en el queso untable Light. En la alacena, galletas húngaras con semillas de la tercer isla vecina del Triángulo de las Bermudas. Mermelada de melocotón diet y café con un solo sobrecito de Hileret para la merienda.

Prepara dos tazas, una para ella y otra para Flopy. La peluda Spitz, lo toma con leche y casi frío, pero también con Hileret. La señorita García (como le gusta que la llamen) hojea el diario y la sección de espectáculos donde hablan del nuevo romance del escritor Colin Henry y la jazzista Monsieur Noëlle, a los cuales, se les vieron dándose arrumacos, sin el menor pudor, y fumando marihuana en el bar de moda del centro de la ciudad.

La señora García se calza un pantalón negro de cuero y zapatos con plataforma de 15 centímetros ―con vivos, relucientes y dorados detalles―, una blusa de leopardo que hace juego con su bolsa al hombro y sus Dolce & Gabbana con un punto que tintinea en la esquina superior de la gafa derecha. Se perfuma con una potente aspersión y se coloca un pañuelo que pareciera la cruza de una serpiente y un zorro.

―¿Qué hora es, Flopy? ―el canino la mira girando la cabeza y jadeando― ¿Por qué no se ha levantado la mamu?

La señorita García se levanta y se dirige a la habitación de doña Maga. El leve sonido de Bach se escucha en la habitación.

Toc-Toc. ―Los nudillos sacuden levemente la puerta―. Espera con los brazos cruzados. ¡Toc-Toc! Esta vez, un poco más fuerte y con impaciencia.

―¡Mamu! ¡Son casi las 7 y debo irme con Flopy a la estética de Paul!

Chello Prelude sigue sonando y la señorita García vuelve a golpear la puerta. Un pavor inunda su cabeza y se agita.

―¡Oh, Dios santísimo y la virgen!

Se persigna furtiva e intenta abrir la puerta, pero está trabada. Un temblor circula su plastificado cuerpo y Flopy la mira con sus grandes ojos y su
lengua de fuera. La señorita García corre a prisa y llama por teléfono con el perro en brazos.

―Cerrajería ElLaveroSolitario¿enquélepuedoayudar? ―Atiende del otro lado una voz joven pero fuerte.

―¡Ayuda! ¡Mamá! ¡Por favor! ―La voz de la señorita García es frágil y torpe. Un breve silencio se estanca del otro lado.

―¡Ayuda! ―Prosigue su voz de la señora que tiene mejor cuerpo. ― ¡Venga rápido, señor cerrajero!

―Soy nuevo y no tengo idea de cerrajería. Hoy es mi primer día. Si quiere, deme su número, señora y cuando llegue el patrón…

―¡Soy señorita! ―interrumpe y replica― ¡No importa! ¡Ven rápido, por favor!

El joven busca un par de herramientas, deja una nota sobre la recepción y sale con dirección al 59 del malecón. No pasa mucho tiempo y llega haciendo aspavientos.

―¡Buenasbuenasbuenas! ¿Qué pasó, señora? ―pregunta el improvisado cerrajero con gorra y cabello estilo Batistuta.

―¡Señorita, soy señorita! ―Su boca se contrae y continúa― Mi-mi mamu está encerrada ―sentencia con recelo.

El hombre prueba un par de veces girar el picaporte ―cosa obvia, tal vez, pero que no puede faltar en cualquier oficio―. Observa con detenimiento la puerta y toca la madera, como si la hiciese suya, pero nadie responde. Llama a doña Maga, pero nada, sólo seguía Bach en el fondo.

―¡Algo le ha de pasar a mi mamu! Por favor, como te llames…

―Alejandro, seño…―y recompone como los grandes― rita, me llamo Alejandro. ―suspira frotando su escasa barba y sentencia―. Bueno, déjeme ver qué puedo hacer.

El ahora cerrajero se acomoda el pantalón y la desgastada gorra. Abre su caja de herramientas y prueba con una y otra. La puerta no cede. De su bolsillo, saca una ganzúa y hace geometría dentro de la cerradura. Exhala y se rasca las mejillas.
―¿Cree que va a tardar mucho? ―el hombre la mira de reojo y la señorita prosigue― Es que, Flopy y yo tenemos una cita con nuestro estilista.
Alejandro frunce el ceño con sorpresa y abre las manos. Niega con la cabeza y prosigue con sus instrumentos para intentar abrir la cerradura.

―¡Ay, mi pobre mamu! ¡Apúrese, no vaya a ser que…! ¡No, no, qué cosas pienso! ¡Que la boca se me haga de sal! ¡Ni lo mande Dios nuestro señor! ―se persigna repetidamente y se recarga en la pared poniendo su mano en el pecho y suspirando con dificultad.

―¿Está usted bien? ―la ironía le salta por la boca.

―¡No, no lo estoy! ―el grito de la señorita García retumbó por toda la casa― ¿Es que no se da cuenta, señor cerrajero? Mi mamu está escuchando al sordo ese y cuando alguien escucha esa música, es porque quiere suicidarse. En verdad ¿no se da cuenta?

―Pero Bach no era sordo, señora y…

―Señorita, aunque le cueste más trabajo ―le interrumpe haciendo una mueca de sorpresa y agravio.

―Bueno ―suspira con hastío―, entonces, no va a quedar otra que tirar la puerta.

El joven toma vuelo, se cubre la raya de su trasero calzando sus Levis y se acomoda la gorra con gesto de galán. Corre a toda prisa con su hombro por delante y deja caer su humanidad, pelo y gorra contra la puerta que, de un golpe, se desploma y el sonido se funde en las armonías musicales.

―¡Qué buen porrazo! ―repone Alejandro que se incorpora de a poco sonriendo― ¡Soy la raja! ¡Oh, vaya que lo soy! Soy como los agentes especiales de las pelis.

El cerrajero se levanta y se queda petrificado. Los ojos de la señorita García se desorbitan y las cortinas acarician la ventana. Doña Maga está en el balcón con los brazos abiertos, mirando a ciegas el mar.