EL ÉXITO DE LA AUTOGESTIÓN

La Nueva Generación juntó a Juan Ingaramo y El Kuelgue en Studio Theather. El resultado en esta nota.

El Studio Theater eleva el nivel de cualquier espectáculo que allí se desarrolle. Su estructura interna, constituida por la de un teatro post-colonial del siglo XIX, resulta impactante sea la primera o la dúo décima vez que se la visite. Éste fue el escenario perfecto para legitimar y vestir de gala a dos proyectos musicales y una escena cordobesa que desbordan de estilo, frescura y energía joven.

Juan Ingaramo y El Kuelgue, tan cercanos en lo personal como lejanos en sus composiciones, compartieron público y fueron el fiel reflejo de las nuevas formas de hacer y consumir música, donde el género musical, propiamente dicho, pasó a ser un dato  casi anecdótico.

Juan Ingaramo abrió el show acompañado de Emme (Mariela Vitale), un baterista electrónico y disparador de pistas y un guitarrista. El carisma atrapante de Ingaramo arriba del escenario es innegable, logra un poder de atención casi hipnótico que lo utiliza para luego desplegar sus telarañas melódicas, en las que inevitablemente quedarás envuelto. Todo el show parece parte de una misma canción, dividida en segmentos de tres minutos, ya que su repertorio es un gran hit en sí mismo, un pasaje para una montaña rusa sentimental y bailable, con diferentes estados y climas sonoros que desenvoca en un nuevo lugar cada vez que realiza su recorrido.

El público, que se encargó de agotar todas las entradas, se mantuvo atrapado durante todo el show por las letras y estribillos llenos de sentimientos amorosos, situaciones personales, tan simples y como complejas pero que siempre resultan empáticas. Claro que los momentos más altos estuvieron marcados por canciones claves como Hace Calor, SoltarMi chica y el potente final con Matemática. Además, la sorpresa la dio con una versión potente, urbana y exquisita de Fuego y pasión de Rodrigo Bueno, a 18 años de su muerte, lo cuál quizás explica el color azul en el pelo del cantante pop.

Cuando fue el turno de El Kuelgue, pasadas las 11 de la noche, parecía que la gente se había multiplicado, y que el lugar estaba más repleto aún ya repleto. La sala central era un Tetris de gente y los dos pisos de balcones se encontraban cubiertos de personas ansiosas por seguir bailando. Apareció Julián Kartun y la gente explotó, pero fue explosión realmente grande y sostenida, porque ese estado explosivo se mantuvo la hora y media que duró el show.

Resulta difícil esquivar el termino «fiesta» -usado infinidad de veces-  para describir la experiencia, porque fue un estado de celebración en sí mismo. Todas las canciones parecían himnos clásicos aunque no lo fueran, tal es así que las voces del público en coro lograron, en muchos momentos de la noche, un volumen aun mayor que la voz del propio cantante con micrófono en mano.

Arriba del escenario sucedían todo tipo de locuras, en el 99% protagonizadas por Kartun, a quien se lo vio asombrado por la convocatoria y la respuesta del público. Hubo momentos para Caro Pardíaco, Argentina y el mundial de futbol, el proyecto de ley para legalizar el aborto y hasta un repudio generalizado a Mauricio Macri, todo eso mezclado y sin filtros, directo y sin pelos en la lengua.

Si el público lo disfrutó mucho, Julián Kartun experimentó esa sensación multiplicada por diez, corrió y bailó por todo el escenario, en un momento intentó sin éxito trepar una columna del teatro, se tiró y flotó en las manos del público y hasta se tomó el tiempo para bajar a un costado del escenario para saludar a sus amigos de Hipnótica que se encontraban entre la gente.

Quizás los vientos y lo lúdico de las composiciones son dos aspectos claves para entender lo que genera El Kuelgue en vivo, pero sin dudas su cantante y su personalidad alocada es quien logra que el fuego se convierta en incendio.

Fue una celebración del éxito de la autogestión, de la cultura joven y de una alternativa de calidad al rock añejo y más convocante de nuestro país. El lugar fue un marco renacentista, dorado y ornamento que contuvo, primero el pop moderno y en búsqueda constante de nuevos límites de Juan Ingaramo y luego el rock, indie, pop «fusión» e encasillable estilo festivo de El Kuelgue, que no acusa fronteras musicales.

Foto por Juanse Castro.