BLABLATORIO N° 15: GENTE QUE AMA POR ESCRITO

El amor en forma de carta, ya sea física o digital, llegó a la columna de Mauro Guzmán. Imperdible.

GENTE QUE AMA POR ESCRITO

1. Si se malogra usted a sí mismo por brindarle bombones, ella lo detestará, y con sobrada razón. Ella no quiere que usted se le sacrifique ¡pedazo de tonto! Sea más natural y positivo, y téngale más apego a sus entrañas. Usted las está colocando en bandeja para que ella las arroje a los gatos. Así de dulce es un fragmento de la doble carta de amor del novelista David Herbert Lawrence: doble porque parece estar llena de amor hacia el amigo a quien le escribe y, a la vez, es una carta que habla de amor. El amigo de Lawrence se llama Murry y está desgarrado y débil porque siente que su mujer cada vez lo ama menos porque, según cree, no gana lo suficiente como para merecerla. Es una carta de 1913. También dice Lawrence usted la insulta. Una mujer insatisfecha necesitará lujos, pero una mujer que ama a un hombre dormirá en una tabla (…) Usted trató de satisfacer a Katherine con lo que podía ganar para ella, con lo que podía darle, y ella no se conformará sino con lo que usted es. Y usted ignora lo que es. Nunca ha reparado en ello. Siempre se ignoró a sí mismo. Y por si Murry no despertaba ni así: Si se siente deshecho, rehágase, pues. No sea cobarde (…) Usted no está bien, hombre, tenga pues el coraje de salvarse. Cuando esté de nuevo con fuerzas y aun algo completo, ella estará satisfecha con usted. Lo amará mucho más. Pero ¿no ve que de esta manera la está agotando día por día y mes tras mes? Yo también lo he hecho. Dicen algunos psicoanalistas que la única ética es la del deseo. Y dice Piglia – que elude hablar del psicoanálisis – que es muy difícil que alguien conozca su deseo, y también muy peligroso, porque si alguien conoce su propio deseo y va tras él puede que eso le cueste la vida. Quizá sea más sensato encontrar un lugar quieto y con sombrita. Está claro que el deseo conlleva una pérdida: si uno admite lo que desea y lo toma o va hacia eso, está perdiendo todo lo demás, que quizá también está al alcance de la mano y es agradable o valioso. Lawrence, sin leer a Lacan, ya veía lo del deseo propio, singular, y le decía a su amigo: el único principio que puedo aceptar en esta vida, es el que uno debe perder lo menor por conseguir lo más grande. Pero hay que ser enteramente honesto en ello (…) Dígase: << Soy un hombre a fin de cuentas, por eso me ciego para lo que no sea mi necesidad>>. Mas guarde un corazón para el largo camino.

2. La novela que sigo leyendo ocurre en el siglo diecinueve y se llama El viajero del siglo (Andrés Neuman). Hay velas, carruajes, esas cosas. Pero fue escrita hace unos años, y combina modos de escribir de aquella época con las vanguardias del siglo veinte y con maneras contemporáneas de tratar el lenguaje. Como no había mail ni wpp, los de la pareja principal de la historia, que son amantes si hay que ponerle un nombre ¿viste?, se envían cartas (además de verse, charlar y hacer mucho – o sea mucho – el amor y los amores enredados como yuyitos con viento), aunque viven muy cerca, en el mismo pueblo. Pero como todo es ocultado para que el prometido de ella (y los envidiosos que no se animan a tener amantes en general) no se entere, se buscan dos mujeres cómplices que hacen de carteras. Esta es una carta de Sophie, por ejemplo:No, Hans, amor, ni soy tan generosa como dices ni me entrego a ti sin más: lo que tú tomas de mí ya me lo diste antes, y cuando vuelve a tus manos es porque entre nosotros todo tiene un poder de ida y vuelta, un efecto de eco. Al pensar en ti, al darme, siento que me dirijo a mi propio encuentro, y eso me hace más fuerte y me da paz. La paz también consiste en poder brindar lo mismo que recibes. ¡Bendito egoísmo este, que te satisface en su generosidad! Buenas noches, mi bien. Rózate un dedo del pie y dile que ha sido mi mano traviesa. Tu S.

Piglia pensó que la correspondencia (la carta, tradúzcase hoy: mail, sms, wpp, etc) es un género perverso, porque precisa de la ausencia y la distancia para prosperar. Por suerte, las cosas pueden ser, siempre, de otra forma. Estos dos amantes, por ejemplo, hicieron de la correspondencia una leña más al fuego. Es Piglia también el que pone como epílogo, en su libro Nombre falso, una cita de Arlt: Sólo se pierde lo que realmente no se ha tenido. Y Borges en la inscripción de Los conjurados, que dedica a María Kodama, dice Sólo podemos dar lo que ya hemos dado. Sólo podemos dar lo que ya es del otro. En este libro están las cosas que siempre fueron suyas. ¡Qué misterio es una dedicatoria, una entrega de símbolos! Dice eso, Borges, porque le dedica el libro a la mujer que lo eligió y se quedó con él hasta el último. María Kodama se llama. Todavía está viva. Y a ella Borges le dijo algo parecido a lo que Sophie le dijo a su amante en el siglo diecinueve en una carta, ese género perverso.

Por Mauro Guzmán.