BLABLATORIO N° 13: AMAR NO ES HUIR SINO…

Como todos los lunes Mauro Guzmán nos abre las puertas de su mente por un ratito.

AMAR NO ES HUIR SINO LLEGAR AL MUNDO Y CONOCERLO.

O LA ALEGRÍA DE LEER A NEUMAN.

Es una novela. La estoy leyendo todavía porque no es breve y yo soy de lecturas cortas y repetidas. La escribió Andrés Neuman. Ganó un premio la novela. Diría que el hecho no me importa porque lo importante es la literatura y no las instituciones que imponen, bajo ciertos intereses, unos libros sobre otros, pero estaría mintiendo. Neuman vivió hasta los trece, más o menos, en Argentina. Con su familia se fue a vivir a España y ahí terminó sus estudios secundarios y estudió letras y dio clases en una universidad. Después le pareció que trabajaba mucho y ganaba poco y que lo académico le reprimía su mundo creativo que pasa por otro trato con el lenguaje, no bien visto en una cátedra. Renunció y se dedicó a la literatura. Si uno mira las entrevistas en YouTube nota que cuando lo entrevista alguien de España, habla como español y, cuando lo entrevista alguien de Argentina o Sudamérica, habla como argentino. El hecho me parece tan divertido que me divierte. Pero eso que él hace en el habla, también, y más pretenciosa y notoriamente, lo logra en la escritura. Tiene un decir políglota y cantarín. Él cuenta que es hijo de músicos y que a pesar de sus intentos nunca logró tocar un instrumento. Si pensamos la lengua como un instrumento musical, podemos decir que Neuman heredó genes, que es un instrumentista habilidoso, prolífico, sorprendente. Que suena bien y hondo. Y también divierte y hasta produce diversión. Esta novela que leo se llama El viajero del siglo. No se las voy a contar, léanla. Bueno, está bien, se las cuento. La pareja principal son una tipa y un tipo que se desean el cuerpo y la palabra. Ella es rica, casi rebelde, inteligente, lectora aguda, carnal. Él viaja todo el tiempo, no hace raíz en nada más que en partir. Lee mucho. Mucho. Y se acuerda lo que lee, y lo piensa, y le gusta hablar de eso y provocar las opiniones de los otros con alegría y algo de ironía. A veces nomás para que los otros y las otras hablen lo que piensan y, así, él aprenda de ese pensamiento y compruebe -aunque no lo diga -que la otra persona tiene razón. Detalle: la chica de esta historia está por casarse. Faltan meses. El prometido, por supuesto, es un muchacho rico, alto, apuesto, de una inteligencia de brillante practicidad. Su único error es amar a esa mujer que es demasiado libre para el corazón sedentario de ese dulce y rudo muchacho rico. La pareja principal, a escondidas, se ve. Juntos leen y traducen poesía y, además, se leen y traducen a sí mismos. Hay una cosa que no separa la lengua del cuerpo cuando ellos se ven en esa piecita de una posada del siglo diecinueve, que es el siglo en que se sitúa la novela. La primera vez que hacen el amor sienten que desde el primer temblor común los dos se dieron cuenta de que sí. De que sí porque sí. Y el narrador (omnisciente, decimonónico pero actualísimo) pregunta ¿Qué vio Sophie de él? Nada, todo. Se fijó sin buscar. Hizo un centro de cualquier detalle. Y sin dejar de mezclar la letra con el cuerpo, la palabra, la inteligencia, el gesto mental con la vida diaria, lo real con la idea, Neuman escribe y a mí, contestó él, me gusta tu mancha. Odio esa mancha, dijo ella cubriéndose la pierna. Pero él insistió: Esa mancha te mejora, menos mal que la tienes (…) Cuanto más trabajaban juntos más se daban cuenta de lo parecidos que eran el amor y la traducción, entender a una persona y trasladar un texto, volver a decir un poema en una lengua distinta y ponerle palabras a lo que sentía el otro. Ambas misiones se presentaban tan felices como incompletas(…) Sophie descubrió que cuando hacía el amor con Hans tenía unas sensaciones similares a las que experimentaba traduciendo. Creía saber muy bien lo que quería decir, lo que deseaba. Pero después sus certezas empezaban a dispersarse y sólo le quedaban entusiastas, contradictorias intuiciones a las que se entregaba sin pensar en el resultado. Como ética lectora y vital, celebro, auspiciado por el Evangelio según San Juan, que el verbo se haga carne. Cuidado con las mujeres y los hombres inteligentes. Los y las que poseen y se dejan poseer por el lenguaje, es decir, por el otro, es decir, por el lenguaje, es decir, decir es hacer. En una escena en la piecita de la posada, Hans y Sophie comentan Lucinde, la novela de Schegel que leen juntos. Todo lo que amábamos antes, lo amamos más, escribe Schegel. El sentido del mundo se nos ha abierto. Ese fragmento han leído y para mí esa versión es admirable-dice Hans- el amor no como huida sino como llegada al mundo, como forma de conocerlo. Eso quiere decir que una sociedad nueva empezaría por reinventar el amor. Es una novela, la estoy leyendo todavía porque no es breve. Me voy a trabajar así es que dejo acá estas palabras. Sólo agrego que esta última escena me recordó a la idea de Lacan de que el amor (que desde Freud está obligado al breve espacio de las repeticiones) puede ser centro de una invención, y también me trajo a la mente aquel tango que se llama balada y habla de los locos que inventaron el amor mientras veían rodar una luna por Callao y se dejaban cantar por los astronautas.

Por Mauro Guzmán.