A MEDIA PÁGINA #9: ESTACIÓN DE SERVICIO

Cuando compartir una historia vale la pena. Por Hernán Cuello y Santiago Ruartes.

Estación de servicio

Aunque manejar por la noche puede ser peligroso, tiene en más de una ocasión ciertas recompensas, la noche da lugar a sentimientos como la soledad, nostalgia y el contemplar. Es increíble ver cómo respiran los árboles, los diferentes gigantes de madera, tienen búhos que aparecen postrados y quedan iluminados por las luces del camión.

En otoño la zona toma un color ocre, y las hojas en suelo simulan una gran alfombra de cien kilómetros que se despliega aún más con el viento.

Frené en una estación de servicio para comer, y descansar. Cuando estaba estacionando un hombre abrigado y de gorro negro se acercó para indicarme donde estacionar, la cuestión estaba complicada, había un gran movimiento en esta temporada.

Una vez listo, bajé y le agradecí por guiarme, le iba a dar una propina, pero no la quiso pese a mí insistencia. Cuando volvía de comer lo vi apoyado en el camión. ¿Fumas? Le pregunté. Si gracias, respondió y acepto mí tabaco. Guardamos silencio un par de minutos, mirando el entorno vertiginoso de los camiones y autos. Te voy a contar mí historia me dijo, me quedé atónito por un momento, y con la seña de un ademán acepté escuchar.

Hace dos meses que deje mí trabajo y me dedico solo a guiar a los autos y camiones que vienen a esta zona, perdí a mi hijo hace un año, y desde entonces este entorno es lo único que me mantiene a flote. Sin mediar palabra dejé que siguiera, había algo en su relato que captaba mi atención. Es increíble como una actividad así me mantiene cuerdo, es difícil de entender, lo sé, a veces para surgir, hay que darle un giro a la vida.

Nunca creí en tener hijos, siempre pensé que eran una carga social innecesaria y que al sistema mundo no le hacía falta más esclavos, no me gustaban, no me conmovía con la sonrisa de alguien sin dientes que balbucee estupideces y mucho menos un llanto de madrugada que no te deje dormir. Estaba resignado y listo para no dejar descendencia, hasta le recé a san la muerte para que jamás tenga que pasar por la paternidad, porque yo creo muchísimo en san la muerte ¿Usted cree en algo? Me dijo sin ánimos de oír mi respuesta. Si, le dije, aunque todavía no se en quien creer. 

El hombre siguió con su historia. Todo marchaba perfecto, treinta y seis años sin tener ni un susto, hasta que una noche se presentó en mi casa una ex novia llorando, como en una escena de telenovela mexicana. Solo atinó a decirme “es tuyo, te lo presento”. Yo no podía creer lo que estaba pasando, me contó con angustia, que le quedaban pocos días de vida y que la única posibilidad de que ese niño se críe era que siguiera conmigo. 

Un bebé ¿Qué iba a hacer yo con un bebé?, me dio un curso intensivo de dos días y se marchó a internarse en una clínica, falleció a las dos semanas. El niño de nueve meses tuvo que empezar a convivir conmigo y yo con él. Las primeras noches fueron insoportables, Bruno lloraba demasiado, se vé que extrañaba a la mamá ¿Te dije que se llamaba Bruno? Asentí con la cabeza para no interrumpir su historia. El humo del cigarrillo empezaba a tomar sentido, mientras encendíamos otro par.

Se dormía solamente boca abajo acá, dijo señalando el centro de su pecho, era hermoso verlo dormir. Después de esta frase al hombre rústico se le anudó la garganta como quien come un puñado de sal al mediodía.

San la muerte se acordó del trato que teníamos. La primera vez que lo vino a buscar fue en verano, Bruno tenía dos años y recién empezaba a decirme “papá te amo” ¿sentiste alguna vez esa fuerza? ¿Sabes cómo te tumba de la silla que te hablen así? Convencí al santo de una prorroga en mi contrato y me dio solamente un año más. 

El tiempo pasa demasiado rápido para quien ama con el alma, la noche que lo vino a buscar peleé con uñas y dientes, pero el contrato estaba firmado y se lo llevó. 

Un año entero estuve rezando todas las noches para que vuelva a ver mi contrato, para apelar mi caso, la calaca es como el mejor abogado, bah es abogado. Una tarde con la compañía de un lúgubre ambiente y mi contrato en la mano, me visitó, revisamos punto por punto hasta que me propuso una clausula por ser un gran devoto de ella. “Por cada vez que cuentes esta historia, tu historia, a alguien te voy a regalar un minuto de vida de tu hijo. Cuando llegues a juntar los tres años él puede volver a la vida”. «Es cruel pero justo», le dije ¿Acaso qué contrato no lo es? Me respondió.

¿Cuántos minutos llevas juntado? Le dije casi incrédulo. Me faltan diez minutos para llegar al año y medio, los tengo contabilizados acá, mirá, y sacó un papel amarillento lleno de anotaciones en tinta negra.

Si yo cuento esta historia ¿Vos ganas minutos para tu hijo? Sí, me respondió con entusiasmo, sos la primera persona que decide replicar lo que viví. Será por la noche entonces.

Y porque me gusta escribir y contar historias, me pareció muy buena idea ayudar a alguien publicando esto en una revista.

Por: Hernán Cuello y Santiago Ruartes.