A MEDIA PÁGINA #4: CUARTO ADENTRO

Confiar ciegamente en personas desconocidas no suele ser una buena idea. Por Hernán Cuello y Santiago Ruartes.

Cuarto adentro

 

Leí por algún lado que la sociedad respira, en mi caso vengo respirando miedo, las noches en el campo pueden ser tranquilas y dan la sensación de encontrarse realmente apartado de la sociedad, pero cuando llega esa hora, el atardecer se convierte en sinónimo de alerta.

Conseguí este trabajo luego de estar seis meses sin ver un centavo. Cuido esta casa para una pareja de ancianos que al parecer le tienen mucho cariño y no pueden concurrir seguido por una cuestión de salud. Carlos, economista jubilado, me dio las indicaciones para estos tres meses en los que debía estar alejado de la ciudad, era la primera vez que tomaba una tarea así. Al terminar me explicó que, al fondo de la casa hay un quincho con un cuarto y que ese sería mi lugar de resguardo. Al principio no entendí que quiso decir, pero él termino la conversación diciendo que solo allí estaría a salvo.

El cuarto del quincho era rectangular, estaba pintado de celeste y tenía una luz que daba la sensación de que te encontrabas sumergido en el agua cuando estaba prendida. A partir de ese momento creí entender porqué ese era el único lugar en el que podría estar por la noche, al principio pensé que era una exageración.

Una ola de sonido me aturdió mientras cocinaba, pensé que el lugar estaba templado, era el sonido de caballos galopando a los lejos y que cada vez estaba más cerca; dejé todo y corrí lo más rápido que pude hasta el fondo de la casa, no pude voltear para ver qué es lo que se acercaba, el miedo me ganó.

Unos metros antes de llegar todo en el campo quedó en completa oscuridad la electricidad dejó de funcionar, la luz de la luna no estaba, tampoco las estrellas. Me choqué literalmente con la pared del quincho y pude tantear con la mano donde estaba la puerta, corrí hacía el cuarto, cuando entré, por inercia y desesperación apreté la perilla de la luz y me encontré encerrado en una burbuja de agua, funcionaba la electricidad en ese cuarto. El ambiente vibraba y se sacudía de forma integral, el sonido se volvió palpable, por la ventana veía como se sacudían formas negras que contrastaban con la luz, no lograba reacción alguna, el cuerpo estaba rendido ante semejante presencia, parecía como si estuvieran tomando un lugar que les perteneció siempre. Luego de un momento todo paró, estoy a salvo entendí, pero inmediatamente todo comenzó de nuevo, era solo el comienzo.

Cuando quise abrir la puerta esta se desvaneció como si estuviera hecha de un humo denso parecido a los que tiran en el boliche y te ciegan por unos instantes, pensé que las drogas me habían hecho efecto pero, de inmediato, recordé que las había dejado en casa, que iba a tomar un descanso físico y mental para limpiarme, cuando caí en la cuenta de que mi lucidez era total, fue cuando más terror entró en mis huesos.

La habitación se mecía como una gran cuna arrojada al océano atlántico y las sombras, por momentos intentaban atacar la gran cabina pero algo se los impedía, la calma solo era precedida por una gran sacudida y lo que parecía ser una enorme mano con tres dedos larguísimos rasguñaba el techo transparente del lugar, me senté en el suelo, abracé fuerte mis rodillas y con la cabeza entre los muslos empecé a rezar para ver si alguna deidad hacían caso a mis suplicas.

La luz se volvía tenue y otras veces encandilaba dejándome parado como las liebres en la última luz de la noche en el campo antes de recibir la letal bala. Me quedaba parado esperando acomodar mis ojos pero todo era blanco, demasiado blanco, de vez en cuando la mano gigante intentaba rozarme la cara, o al menos eso parecía, se sentía fría y huesuda, me mostraba con delicadeza descomunal su poder, si quería podía abrazarme entre su índice y pulgar y hacerme trizas, pero no lo hacía, se limitaba a inspeccionarme el cuerpo logrando que mi temor creciera, me asemejaba a un diente de león en manos de un niño sádico que en cualquier momento apretaría todos mis huesos dejándome en medio del campo gritando por mi vida.

De repente la mano se alejó y, sinceramente, eso me dio más miedo. El techo se aclaró tanto que podía ver el mar de estrellas que inunda la noche campestre, quería irme del lugar, salir corriendo pero estaba inmóvil, petrificado como las grandes estatuas de la plaza esperando que pase el tiempo, que amanezca porque todos sabemos que cuando el sol sale nada malo puede ocurrir, la noche oculta misterios y pesadillas monstruosas. No sé porqué pensé “debería haber traído a una amiga o alguien que me haga compañía”, el miedo si es compartido molesta menos, es como el dolor ¿Por qué vine solo?

Recordé que yo no busqué este trabajo si no que fue Carlos el que me buscó. Empecé a atar cabos, lo vi primero en la fila del banco y él me preguntó de manera amable si podía ayudarlo con un deposito en el cajero automático, obvio lo ayude, luego me pidió que lo acompañe hasta el café de la esquina y ahí hizo la maldita pregunta – ¿Desayunaste nene? – Cómo no le dije que sí, que ya había desayunado abundante, que estaba lleno, pero las tripas no mienten, menos cuando sienten el aroma a tostadas recién horneadas. Le dije que no y me ofreció un desayuno americano.

Después de una hora de hablar me dijo –Me hacés acordar a un viejo amigo y es por eso que, confiando en mi intuición te voy a ofrecer un trabajo como cuidador. Podés llevar a alguien si querés que te acompañen. No sería molestia-

Al rato llegó una señora de unos ojos verdes impresionantes, se presenta como la esposa de Carlos y, agradecida comenta – ¿A él elegiste? – Carlos asiente con la cabeza y sonríe.

Yo y mi maldita manía de confiar en la gente ¿Dónde me metí? ¿Qué es este lugar? Otra vez la densa niebla, siento que me tocan los pies con unas manos pequeñas, son muchas, tantas que no las puedo contar, trato de concentrarme, de pensar que todo esto es un sueño, pero se siente muy real, grito ¡BASTA! Si quieren matarme acá estoy, vengan.

La niebla se clarifica y la burbuja se pincha dejando ver que sigo en la habitación de la casa de huéspedes, tocan la puerta la pareja de ancianos. Sorprendido le pregunto a Carlos que hace acá, en medio de la noche y con su esposa. – Pasaste la prueba – Me dice con un tono dulce y relajado – Por fin nos podemos ir – Agrega su esposa.

  • ¿Cómo? ¿No entiendo? ¿Irse a dónde? –
  • Dentro de veinte años tendrás la oportunidad de encontrar a alguien que cuide la casa-
  • ¡Veinte años! ¡están locos! – ¿Qué voy a hacer acá adentro?

Los dos viejos se alejan en la noche mientras la mano gigante me abraza llevándome a la niebla.

  • Debiste haber traído una pareja, te lo dije – Me dice el viejo y se va feliz de la mano de su esposa.

 

Por Hernán Cuello y Santiago Ruartes.